lunes, 9 de febrero de 2015

Ramón Gaya



            Hay dos movimientos en la lectura, acaso tres. Sucede a veces que uno comienza a leer algo remiso, casi como por obligación, hasta que va cogiendo interés y poco a poco se convierte en delicia, en entusiasmo. Por el contrario, otras veces, se comienza sumido en el gozo y este se va desinflando sin remedio ante la sorpresa porque se esperaba otra cosa. Esos dos movimientos han tenido para mí estos días el mismo origen, Andrés Trapiello. Lo primero me ha sucedido con la lectura de una Antología de Ramón Gaya, publicada en 2003, el pintor y escritor murciano, que el propio Trapiello prologó, y creo que confeccionó. Lo segundo con una novela del propio AT, La malandanza, aunque AT es tan bueno que leyendo otras cosas suyas, los diarios, su biografía de Cervantes, he recuperado el placer de leerlo. Los textos de Gaya son un descubrimiento, una forma nueva de ver la pintura y también la escritura y el arte en general. Habría artistas preocupados por la obra que se sumen en la técnica y en la invención y llegan a grandes alturas, el mejor ejemplo es la Gioconda de Leonardo, y otros, a los que RG etiqueta como creadores, que son aquellos para quienes el estilo y las reglas del arte son un impedimento, obstáculos en el camino hacia la transparencia, es decir, al deseo instintivo de que la vida fluya a través de sus obras. Para Gaya el ejemplo máximo es Velázquez, un pintor a quien fatigaba pintar, para muchos un vago andaluz que cogía los pinceles de tarde en tarde, pero que no era por otra cosa más que por asegurarse que lo que pintaba era la vida misma. La antología se abre con un ensayo luminoso sobre el pintor sevillano. También menciona a Jan van Eyck, Tiziano o Rembrandt dentro de la misma línea o a Cervantes, aunque la figura más creativa para Gaya es el autor de Las Meninas y del Niño de Vallecas. De La malandanza ya he escrito otro día y la tercera forma de leer es la que la mayor parte de la gente practica, una lectura mecánica de leer periódicos que se sigue en la visión de los telediarios o en el consumo de los Best Sellers del día.

Algunas de las ideas de RG en la Antología:

            Para Gaya pintar bien, escribir bien, es hacerlo sin estilo, es decir sin amaneramiento, sin personalismo, y también sin que la técnica se deje notar. La Gioconda es una gran obra de arte, un prodigio de sabiduría y técnica, de modelado, dibujo y color, proporción, porte y luz, pero arte espectáculo, al fin, lejos de la vida. “Obcecado en su hacer y en su poder, se le extravía la carne; y claro, el alma, el alma que está dentro de la carne, también se oscurece”. Leonardo llega a una gran altura pero su arte no es elevado, al contrario por ejemplo que la Betsabé de Rembrandt en el Louvre o la Danae de Tiziano.

            Los artistas creadores, por oposición a los artistas artísticos “borran todo aquello que puede estar a punto de cristalizarse en estilo y, sobre todo, estilo personal”. “El barroco es… lo que sobra”. Lo bello no es lo lleno de perfecciones (una cualidad) sino lo que es, lo que existe, frente a lo bruto.

          “El estilo no puede ser buscado –ni… encontrado- y brota (cuando brota) por sí solo, sin dejarse apenas ver, sin dejarse apenas sentir y… claro, no hay que preocuparse ni ocuparse de él: es ese estilo –que no perfil, ni silueta, ni dibujo, ni arabesco, sino más bien simple… aroma –que emana puntualmente, fatalmente, de cada uno de los cuadros de Tiziano, o de los cuadros de Velázquez, o de los poemas de san Juan de la Cruz, o de los cuartetos de Mozart…, o de los bocetos de Constable”. 

            “Toda obra suprema parece estar asomada a una especie de… abismo” (Ramón Gaya).

         “Lo más patético del crítico de arte –de música, de pintura, de poesía- no es tanto que se equivoque y no entienda, sino que entiende de una cosa que no comprende”.

            El arte viene del abismo como la religión. No puede ser analizado, iluminado como filosofía, solo percibido en su oscuridad.

            No comprende el crítico, tampoco el artista-artista absorbido por las artesanías (por el cómo, no por el qué).

            “Lo que en un momento aplaude la crítica, más tarde resulta ser falso sin remisión, y lo que,  por el contrario, condena, es después aquello que renace incontenible”

              Distingue RG entre la verdadera obra de arte, como en Velázquez, que es carne y hueso, de la obra estética, como Botticelli, Vermeer o Leonardo, que son grandes artistas y confeccionan grandes obras, de los artistas decorativos o artesanos, donde la vida está ausente, como Poussin o Manet. Entra mejor en a Historia del Arte la mentira (Manet, Praxiteles, Lisipo) que la verdad (el Torso del Vaticano, las Parcas de Londres, la Victoria del Louvre o el Desnudo de Eduardo Rosales)


         “Comprender es más bien un acto seco y rotundo, muy rápido, además, este debe ser instintivamente comprendido por nosotros de un solo golpe, de una vez por todas, o no lo comprenderemos nunca”.

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