martes, 10 de febrero de 2015

El mono obeso


            ¿Qué hace que cada vez haya más gordos, más diabéticos, más enfermedades coronarias? ¿Hay alguna explicación biológica? Nuestro organismo no ha tenido tiempo para adaptarse al nuevo ecosistema donde vive nuestra especie, el Homo Sapiens Sapiens. Nuestra forma de vida es la contraria a la que nuestra biología exige tras los cambios evolutivos producidos desde que los primeros homínidos aparecieron sobre la tierra. Le revolución agrícola y ganadera y la reciente revolución industrial ofrecen unos alimentos que conseguimos a muy poco coste. Pero no es sólo eso, asociadas a esas disfunciones, surgen una serie de enfermedades que nuestros antepasados no tenían. Son estas: la obesidad o acumulación de grasa, la diabetes o exceso de glucosa en sangre, la hiperlipemia o el problema de la indisolubilidad de los triglicéridos y del colesterol en la sangre, la arterioesclesoris o el atasco arterial y la hipertensión o el problema de la presión sanguínea. La hipótesis que José Enrique Campillo presenta en su libro El mono obeso es que todas esas enfermedades forman parte de un problema mayor del cual son manifestaciones, el síndrome metabólico. Nuestra biología ha sido moldeada por la evolución a lo largo de millones de años, adaptándose a los cambios producidos en el ecosistema. Lo que ha ocurrido es que la inteligencia humana y la tecnología asociada han ido demasiado rápido, por contra los cambios evolutivos en nuestro organismo no se han producido en paralelo, no han tenido tiempo para adaptarse. ¿Cómo sucedieron las cosas?


            Uno de nuestros antepasados más antiguos, el Ardipithecus ramidus, un primate parecido al chimpancé actual, que vivió entre hace 16 y 5 millones de años, vivió en un ambiente de abundancia en la selva tropical, la mayor parte de origen vegetal, en un auténtico paraíso terrenal, todo lo que necesitaba lo tenía al alcance de la mano. En ese momento se produjeron algunos cambios hacia la hominización: la reducción cromosómica de 24 a 23, lo que nos separó de los primates, y la reducción de los caninos lo que permitía una masticación más eficaz.

            Cuando hace 5 millones de años se produjo la expulsión del paraíso terrenal, como consecuencia de la reducción de las selvas húmedas, algunos de nuestros antepasados como el Australopithecus afarensis (“Lucy”) tuvieron que adaptarse a una alimentación más pobre y escasa, en vez de frutas y hojas tiernas raíces y vegetales menos nutritivos en su dieta y con periodos de hambre. Es el momento en que aparece el bipedismo.

            Otro cambio climático hizo que hace dos millones de años, a causa de la escasez de alimentos vegetales, los primeros Homo, como el Homo ergaster, básicamente carroñero, tuvieran que alimentarse de animales terrestres y acuáticos. Ese cambio estimuló el crecimiento del cerebro, la fabricación de instrumentos de piedra y la colonización del planeta a partir de África.

            La última etapa de la evolución ocurrió hace 200.000 años cuando el Homo Sapiens Sapiens se fue extendiendo fuera de África y desplazando, y eliminando, al resto de los homínidos. Hace 100.000 años llegó a Europa. Tuvo que soportar miles de años de glaciación, alimentándose exclusivamente de caza y pesca y cuando esta cesó impulsó el rápido cambio hacia la agricultura, la ganadería y la industrialización, lo que produjo la entrada en un nuevo edén alimentario.

            La evolución fue adaptando nuestra biología a los sucesivos cambios. Así mientras el intestino delgado era cada vez más largo, el grueso era cada vez más corto como consecuencia del abandono del bosque tropical y la menor ingesta de vegetales y frutas, en consecuencia hemos perdido una cámara donde fermentarlos como hacen los herbívoros. En nuestros antepasados vegetarianos, como el Ardipithecus ramidus, para asimilar la glucosa procedente de la digestión de vegetales y frutas a través de la pared del intestino, se estimulaba la secreción de insulina por el páncreas, lo que abría los canales para que se metabolizase en células del hígado, del músculo o en células grasas del tejido adiposo para su asimilación. Estos ancestros tenían una elevada sensibilidad a la acción de la hormona de la insulina, lo que permitía que el exceso de glucosa desapareciese rápidamente de la sangre. Sólo las neuronas cerebrales utilizan la glucosa de forma continua como combustible sin el estímulo de la insulina. Pero a medida que las condiciones ambientales variaron, cuando la comida comenzó a escasear, nuestros antepasados se adaptaron haciendo que el exceso de nutrientes en épocas de bonanza alimenticia se almacenase en forma de grasa en el tejido adiposo para las épocas de escasez nutricional. Eso se hizo desarrollando una resistencia a la acción de la insulina en el músculo aunque no en el tejido adiposo, dando lugar al llamado genotipo ahorrador de energía o mono obeso. Ese es el mecanismo genético que aún no ha variado, la insulinorresistencia y la hiperinsulinemia, que hace que muchas personas en la actualidad sean obesas. ¿Se puede combatir dicha disfunción?

            El remedio que propone J.R. Campillo es acercar nuestro modo de vida lo más posible al de aquellos de nuestros antepasados en los que se produjo el llamado genotipo ahorrador, lo que el autor llama dieta darwiniana. Para ello en vez de ganar peso hemos de perderlo. Nuestra dieta debe ser en un 50% vegetal (frutas, verduras, raíces…) como el Ardipithecus ramidus, un 30 % de tubérculos, semillas verdes y frutos secos como el Australopithecus afarensis, un 18% de carne y pescado, así como agua suficiente (1,5 litros al día), como el Homo ergaster, y un 2% de los productos de la revolución agrícola, de la época del Homo sapiens sapiens, como cereales, legumbres, leche y derivados y bebidas fermentadas, distribuyendo la comida cinco veces al día. Esa dieta se ha de complementar con ejercicio físico que compense el sedentarismo, que impide el gasto energético que almacenamos en los excesos nutricionales, y el estrés, que hace que los ácidos grasos movilizados en esas situaciones no se consuman.

            Pocos libros tan claros, tan racionalmente explicados y tan convincentes.

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