viernes, 31 de octubre de 2014

Camino 25



     De Triacastella a Barbadelo. Queríamos pasar por Samos, visitar el monasterio. Sabíamos que hasta Sarria la opción de Samos eran seis kms más, lo que no sabíamos es que después de Samos escogeríamos otro camino alternativo que nos ha supuesto otros diez kms. Un etapón que una vez más nos ha dejado para el arrastre. La primera parte de la etapa por pueblos húmedos, pequeños y semiabandonados, con casas de piedra y tejados hundidos, con el rumoroso río serpenteando unos metros más abajo, el matorral invadiendo las antiguas moradas, por senderos estrechos y oscuros, cubiertos de hojarasca y castañas, con algunas curiosas señales que prohíben a los peregrinos hacer sus necesidades, ha sido divertido, con la sensación de penetrar por túneles de elfos y gnomos que de pronto se convertían en rebaños de ovejas o manadas de vacas conducidas en cabeza por un tractor y azuzadas por una mujer salida de las entrañas de la tierra. Nos parecía penetrar en el misterio de la Galicia telúrica, lejos de la razón y el sentido común, cayendo como Alicia por el túnel del tiempo, mil años atrás, cuando el camino se hacía sin comodidades, con el peregrino aterrorizado por lo que les podía esperar detrás de cada recodo antes de llegar a Santiago. Pero la segunda parte del recorrido ha sido duro, otra vez por el asfalto, sedientos, hambrientos, sin fuerzas. Avistar Sarria, la ciudad donde los peregrinos de corto recorrido se amontonan, ha sido un gran alivio. Hemos comido y bebido, hemos estado tentados de pasar la noche en uno de sus albergues, pero al final ha pesado el compañerismo -Xavi, más listo, ha seguido la alternativa corta de San Xil- y hemos hecho con gran dolor los cinco kms cuesta arriba hasta Barbadelo.

    Ha habido compensaciones, sin embargo. En Samos, cuyo monasterio al final no hemos visitado porque nos retrasaba y porque no hemos querido pagar la entrada -los peregrinos en general, con indignación, se niegan a pagar las entradas para visitar catedrales y monumentos-, hemos visto y hablado con un ángel. Ha sido el motor que nos ha hecho resistir la dureza de la etapa. Una bella mujer de León, que reposaba su lesionado tobillo en una silla del café enfrente del monasterio, con la que hemos trabado conversación y de la que los tres -Carlos, Cristian y yo- nos hemos enamorado al instante. Un amor que ha durado varias etapas. Al final de la jornada, en Barbadelo, otra aldeuela, en la que los vecinos adornaban con flores frescas y hermosas las tumbas de sus seres queridos, tras aparcar en un feo albergue de la Xunta, hemos podido comer en Carmen, un afamado restaurante de la zona. ¡Qué deliciosas lentejas!


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