miércoles, 15 de octubre de 2014

Camino 9


           Hoy he dicho adiós a Ian, un inglés del norte de Inglaterra. Con su larga zancada me alcanzó en la subida de los Pirineos y junto a Javier hemos proseguido el viaje juntos hasta Nájera. Hombre reservado, con tantas dificultades con el español como yo con el inglés, hemos hecho lo posible por entendernos. Como todo el que hace el camino de largo aliento tenía su hueco dentro. Al final, la pregunta que uno nunca hace cobra cuerpo en la mente del peregrino y este responde sin que le pregunten. A Ian se le murió la mujer de cáncer en el febrero pasado. Su hija lo está pasando tan mal como él y le pedía que desistiera de su proyecto de caminar por el norte de España. Pero Ian se puso a caminar hasta que sus necesidades laborales le obligaron a tomar un ferry de vuelta a casa. Amigos. Es fácil hacerlos por este sistema de ponerse a caminar, una especie de vuelta a los años de la juventud irresponsable. Añoranza de una forma de vida que uno ha ido sepultando con las obligaciones familiares y laborales. El formato lo propicia, entre cinco y siete horas de camino, comida en mesones o restaurantes, siesta, visita a la ciudad y cena comunitaria donde se habla y se habla.

        Ayer, en Nájera, por ejemplo, a última hora llegó un argentino de Jujuy que hace el camino en compañía de ese instrumento cuyo nombre no he retenido que es un palo hueco, sacado de un árbol australiano, por el que se sopla generando un sonido especial. Se puso a hacerlo sonar, luego tocó a la guitarra canciones de Atahualpa Yupanqui. Todos encantados. Como en los viejos juegos de campamento. En fin, la dulce entrega de la irresponsabilidad.

       

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