martes, 14 de octubre de 2014

Camino 8

     
      Tengo pocas oportunidades de entrar en internet. Por falta de máquina y por el deseo de no engancharme. Hoy comienzo mi segunda semana del camino. Tendría muchas cosas que contar. Los dolores y molestias han ido apareciendo donde no debían: uñas, empeines, ampollas, rodilla izquierda, cadera. Algunos se intensifican, otros desaparecen, pero nada que me impida continuar. Lo más interesante como en cualquiera otra actividad es la compañía del hombre. Hombres y mujeres de todos los rincones del mundo. cada uno dispuesto a contarte su historia si pones el oído. Un mexicano impulsado por su madre maestra que desea que escoja su modo de vida, duro trabajo u otro más fácil con tiempo libre, un francés que va arrastrando botellas de cerveza y vino y comprando porros allá por donde va, con buena mano para la cocina, un par de vascos cuyo viaje sólo les lleva a Estella, ni un paso más, más interesados en la salvación de la Tierra que en la del hombre, un par de coreanos, padre e hijo, con los pies destrozados, con muchas ganas de contactar con otra gente pero con una imposibilidad casi física para lograrlo. En fin, mucha gente que se lo toma como deporte, una semanita que se acaba en Pamplona o en Logroño y hasta la próxima ocasión. El tiempo es espléndido, aunque haya que caminar bajo la lluvia el día entero. Los albergues no están llenos y sólo los conciertos de ronquidos, todo un descubrimiento -cómo es que la gente ronca tanto y tan fuerte-, impiden descansar. Y luego están los pueblos y ciudades, su sucesión, el negocio montado alrededor del camino, algo con lo que ya contaba. Ah, y muchos alemanes, canadienses y coreanos. Los menos los españoles. Otro descubrimiento son los hospitaleros, gente de diversos países, alguno sin idea de español, que dedican dos semanas de su tiempo a atender a los demás a cambio de nada.

      Comienzo pues la segunda semana, manteniendo a raya los dolores y a la espera.


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