jueves, 23 de octubre de 2014

Camino 17


      Bercianos - Mansilla. Si tuviese que prescindir de algunas etapas del camino no serían las de la gran llanura castellana. Tierra de campos, el páramo leonés. Al contrario, son las que más me gustan: los rectilíneos surcos recién abiertos, o reverdecidos, chopos o álamos en la lejanía, la hilera de jóvenes castaños con su colorido otoñal a lo largo de la senda de peregrinos, los trinos lúgubres de los grajos, el silencio matinal cuando el sol se alza a la espalda o cae al atardecer, las nieblas blanquecinas por debajo de los campanarios en las leves hondonadas donde emergen los pequeños pueblos -Sahagún, una de las imágenes más bellas- y el tic-tac, tic-tac de las botas golpeando el tambor del camino. Cómo prescindir de lo que más aprecio, el silencio y los leves ecos de una naturaleza que respira entre las pausas del hombre; la extensión sin aparentes fronteras y el aire estático, templado, del otoño, los colores del día, las estrellas del comienzo de la jornada, un lujo para los sentidos, una esperanza para el espíritu. Al contrario, digo, temo que se acabe la llanura, el espacio palpitante de la mente y llegue el vaivén de esas montañas que ya avizoro y el paisaje y los elementos llenen de nuevo el vacío que tanto me ha costado crear.

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