sábado, 18 de octubre de 2014

Camino 12


  Burgos - Hontanas. Uno de los momentos peores del camino es la larguísima entrada a Burgos por el asfalto de los polígonos que se suceden de forma interminable. Además la señalización no es nada buena. Los caminantes emos de retirar el saludo a las autoridades burgalesas por ponérnoslo tan difícil. La salida es algo mejor, como lo es la jornada otoñal y soleada. Hontanas es un pueblo hundido en un agujero de la meseta. El albergue es magnífico, con todos los servicios a mano, a buen precio, además tiene un gran mirador desde el que se divisa la población. Desde el alto contemplo la caída de la tarde. Sólo en el altozano oigo ladridos de perros, motores que rugen, el golpe de viento que agita las banderas deshilachadas, los ecos que expulsa la hondonada. Con el boli en la mano, me interrumpe Homer, un israelí que dice sentirse solo porque un amigo del camino que le acompañaba, un indio, ha tenido que dejarlo en Burgos para volver a su país. Hablamos del silencio del atardecer, del camino, del paisaje de la meseta, del oasis de Honanas, de su vida difícil en Tel Aviv, del estrés de las estelas y el ruido de las bombas. No le gustan las ciudades, prefiere el silencio de los pueblos y la compañía infrecuente de los hombres. Cuando tras una hora se va y el sol casi ya ha caído, escucho el enjambre de trinos en el boscaje umbrío. Mucho más tarde, tras una cena fallida, a las afueras de Hontanas, contemplo con Homer y una chica de Ohio las estrellas titilantes.

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