El
recorrido por España de Cees Nooteboom es un recorrido por la historia y el
arte: referencias, citas, imágenes, desvíos de la realidad hacia la
imaginación, la iconografía y la reseña cultista. Nooteboom se exhibe, exhibe lo
que sabe, lo que ha aprendido en sus viajes y en sus lecturas, el fondo de
armario que atesora. ¿De qué sirve, de qué le sirve al lector, a mí como lector
tan apasionado como él por esa compleja realidad llamada España, con tan
acuciantes problemas? ¿Treinta años después –hay una reedición reciente-, de
los viajes que reseña, ofrece alguna luz en la presente oscuridad? Me temo que
de bien poco sirva la lectura si se buscan ideas nuevas, puntos de vista no
contamidados. Un ejemplo. Dedica un capítulo al tema de ETA, con la excusa de
una foto que sale en el periódico del día (1987): los etarras y su claque
entierran a uno de sus muertos, Rafael Etxebeste, muerto al estallarle una
bomba que iba a poner en algún lugar para hacer mucho daño. ¿Qué debe, qué debía
haber hecho, el Estado? ¿Debe prohibir, como Creonte en Antígona, el
entierro público, envuelto en la parda liturgia propia de los etarras, una
provocación al propio Estado, a las víctimas y familiares de los asesinados, o
debe darse por no enterado? Nooteboom saca su arsenal cultista y va comentando
a los distintos analistas de la obra de Sófocles, desde Hegel a Brecht, pasando
por Goethe, Maurras o Anouilh, la ley del Estado contra la ley natural o de la
familia. No llega a ninguna conclusión. Dice que Felipe González debe hacer
algo pero no le dice el qué. Visto con perspectiva, la política no hizo mucho
caso de los dilemas planteados por los filósofos y los hombres de letras e hizo
bien. González y los sucesivos presidentes dieron cuerda al mundo etarra para
que se estrangulara en su propia liturgia, algo parecido a lo que ahora está
haciendo Rajoy con los independentistas catalanes. También le piden periodistas
e intelectuales que haga algo aún no el qué. Él sólo va soltando cuerda.
Nooteboom
busca la abstracción de España, ese algo que le diferenciaría. Capiteles,
frisos, tímpanos románicos. La historia de los hombres, el pasado que se
mantiene, o mantenía en los ochenta, intacto en muchos lugares, el arado, el
mayal, el cascabillo, las mujeres de negro, un pueblo partido por la mitad por
un sendero. El románico le entusiasma, pero el paso de los hombres no le
complace: las guerras, la conquista de América y el maltrato de los indios,
aunque a veces busque en la aridez y la pobreza el encanto de lo antiguo
inmodificado. Su recorrido, a lo largo de los ochenta y principios de los
noventa, realizado en diversas etapas y meses, el arduo verano, el frío
invierno, le ha de llevar a Santiago, capital de España, según Nooteboom, pero
antes se desvía por los lugares del arte y de la historia, sin hablar mucho con
la gente, para descubrir, o quizá confirmar lo que ya trae en la mochila, en qué
consiste el misterio de España, tan diferente de su país de origen, Holanda, o
de Europa. Guadalupe, el Rocío, Córdoba, Valencia, Santes Creus, Sangüesa, San
Juan de la Peña ,
Burgos, Astorga y muchos más. Pero lo que encuentra o lo que le devuelve la
mirada nostálgica de viajes anteriores no lo acaba de concretar. Se extasía
ante el románico, maldice, en general el gótico o el barroco, ama las figuras
de piedra, describe con un punto de extrañeza a las mujeres de negro que le
expían tras las ventanas, los carros, las mulas, el mundo extático de los
pueblos del interior, pero apenas habla con la gente. El alma de España, como los
escritores del 98, la busca en el paisaje de la meseta, en las iglesias o
ermitas perdidas, excavadas en la roca, en la soledad y el silencio, como si
los hombres y las mujeres con los que de vez en cuando se topa fueran seres
extraños, forasteros en su propia tierra.
El
camino inmortal de Jean-Christophe Rufin tiene lo que a Cees Nooteboom le
falta, humanidad. El primero viaja por el Camino de Santiago para hacerse con el silencio y luego poder
escucharse, mira alrededor, a los otros peregrinos intentando comprender. Cees
Nooteboom observa el paisaje, el territorio, los monumentos, la historia, pero
es un paisaje vacío. No hay gente en Desvío a Santiago.
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