La idea es
excitante, ver en unos cuantos minutos, en unas pocas horas, el recorrido de
una o varias vidas a lo largo de una, dos o tres décadas. Muchos, en otros
formatos, con otras medidas, han tenido esa idea y la han intentado plasmar en
novelas, diarios, memorias, ensayos, fotografías. Pero qué mejor que el cine,
con sus técnicas, encuadres, montaje, sonidos, conversaciones, para atrapar el
paso del tiempo y si es posible la continuidad y la permanencia. Quisiéramos
poder hacerlo con nosotros mismos, con nuestra familia. ¿Cuántas grabaciones
hemos ido acumulando? Un universo de fotografías y filmaciones. No les hemos aplicado
la elipsis, el orden, el sentido, si es que una vida tiene sentido. Richard
Linklater lo hace por nosotros, en Boyhood, pero con personajes de ficción. Eso
es lo que no me acaba de convencer de su película. Para el aleatorio discurrir
de la vida y durante 39 días a lo largo de 12 años (2002 – 2013) filma a sus
personajes, les dota de historia y dirección, les hace interpretar alegrías y
dolores, angustias y festividades, amores y rupturas. Tenemos un montón de
personajes, los que permanecen, los que vienen y se van, los que aparecen en el
último suspiro, en los que se barruntan episodios por venir, vemos cómo crecen
o envejecen, cómo les cambia la voz, cómo engordan o adelgazan, cómo cambian de
coche y de peinado, pero son personajes de ficción. Yo hubiese preferido la
cruda realidad, la vida real de esos personajes, padres reales, parejas reales,
amores y rupturas reales. Ya sé que nosotros lo podemos hacer. Seguramente
alguien ahora mismo lo está haciendo y pronto lo dará a conocer. No tiene por
qué ser de peor calidad y seguro que será de mucho más interés que las
historias contadas en Boyhood. Por cierto, Linklater ya ha hecho algo parecido
en su trilogía, Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer, también
con Ethan Hawke en el papel protagonista.
Porque,
aparte del llamativo efecto de ver a los actores envejecer en pantalla, a los
niños más que a los adultos, qué nos cuenta Linklater en esta peli: una
historia más de la familia americana. De eso va la peli, la familia media americana,
que a fuerza de verla tantas veces en pantalla la conocemos mejor que a nuestra
propia familia. Cuando comienza la peli, los padres ya están separados. La
madre se encarga de elevar a los hijos, el padre vaga más libremente. Ella se
va enrollando con hombres que no le convienen, bebedores violentos, desubicados,
inmaduros, mientras pacientemente intenta construirse una vida que le permita
pagar las facturas. El padre, un músico sin carrera, no parece tener otro don
que la posesión de un deportivo que su hijo le hubiese gustado heredar. Los dos
chicos, él y ella, van al colegio, crecen, tienen amigos, juegan, espían las
discusiones de padres y amantes, la secundaria, los primeros amores, las
mudanzas de una casa a otra, de una ciudad a otra. Más unos cuantos elementos
de contexto: la música pop, el lanzamiento de Harry Potter, el ordenador, el
teléfono inteligente. No digo que la película no me guste, sólo que
hubiese preferido que la ficción no hubiese usurpado el lugar de la realidad.
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