jueves, 14 de agosto de 2014

Los castellanos


            Veo el título, Los Castellanos, el autor, un catalán, Jordi Puntí, y me lanzo sobre el libro sin dudarlo. Aunque voy comprobando que no es lo que me esperaba. No es ningún ensayo, aunque podría parecerlo en ocasiones, tampoco una novela que coja un personaje al modo de Marsé para meterse en un mundo que merece ser contado, el de la distancia aparentemente insalvable entre los catalanes que ya estaban y los que van llegando, los charnegos. Ni una cosa ni otra, podría ser un conjunto de relatos pero tampoco. Más bien se trata de una serie de instantáneas más o menos fijas que la memoria le trae al autor. De hecho cada breve capítulo se inicia con una fotografía, bellas en general, de la época de que se habla, finales de los setenta y comienzos de los ochenta, rescatadas por el escritor de archivos municipales, de Manlleu, más concretamente. Porque de ese pueblo, hoy ciudad, que no se nombra, donde el autor vivió su infancia, tratan esos breves no relatos enlazados. Las peleas callejeras entre los foráneos –esos castellanos del título- y los chicos del lugar, del colegio de frailes y de la escuela pública a los que separadamente iban unos y otros, de los bares diferenciados, de las disputas en los pinballs y en los trampolines en las piscinas de verano, de los bloques de pisos –can García- en que se alojaban los inmigrantes, del barrio que denominaban Vietnam, de los cines que frecuentaban, del quiosco de novelas baratas, de las revistas con chicas que veían a escondidas, de las canciones, la rumba, de quienes querían vivir en ambos mundos y se veía como traidores, de la guerra de cláxones cuando ganaba el Barça, de la llegada, mucho más tarde, de los moros que ocupan los inmundos bloques de pisos que dejan libres los castellanos.

            Mientras lo leo -leo, aquí, en Burgos- me cabreo conmigo por mi modo de mirar hacia atrás, me es imposible prescindir de mi propia experiencia, no exactamente igual que la de Jordi Puntí, aunque reconozco la atmósfera general, el tira i arronça, el ensamblado entre unos y otros que se iba produciendo al compartir el BUP, la universidad, el trabajo y el abismo que se ha ido abriendo en estos últimos años, un abismo que me llena de prejuicios, que contamina la lectura, pero que Jordi Puntí no manifiesta porque no trata de estos últimos horribles años.


            No es mala opción la que ha escogido, esa descripción ligera de aquellos años, sin entrar en profundidades, sin embargo, quizá debido a que lo que leo es la traducción, del propio Puntí, le hecho en cara la ligereza literaria, un reportaje periodístico escrito en primera persona que elude el análisis por arriba, sociológico, y por abajo, psicológico. 

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