miércoles, 13 de agosto de 2014

Llenar el vacío


No sé si el director de esta película, el israelí Rama Burshtein, era consciente al realizarla del peso que tendría para el espectador el ambiente en el que se juega su pequeño drama. Se nos cuenta una vez más una historia de amor. Lo que cambia como siempre son las circunstancias y el decorado. Una chica en edad de merecer, Shira, está a punto de comprometerse con otro joven que como ella quieren entrar en el mundo adulto con la formación de una familia. Sucede, sin embargo, que su hermana mayor muere en el momento en que está dando a luz. A la madre de Shira se le ocurre que esta podría ocupar el lugar de su hermana, casarse con su cuñado viudo bastante mayor que ella, y cuidar el recién nacido. Comienza entonces un más o menos sutil juego de presiones sobre Shira. Esta se verá ante un dilema, mantener su autonomía, su voluntad o sucumbir a lo que el medio le pide. Y es aquí donde aparece la peculiaridad de la peli, el peso del ambiente al que aludo. Estamos en Israel, en la moderna Tel Aviv, la familia y la atmósfera entera en que el drama se desenvuelve es el del judaísmo ortodoxo. La peli comienza con la festividad del Purim, en la que la familia reunida, vestida y tocada como corresponde, golpea la mesa u otros objetos, cantan sin cesar, beben vino y se hacen regalos. Todos se muestran felices. Normalmente este tipo de ambientes excéntricos añade colorido y el espectador, delante de la pantalla, tiende a verlos con simpatía. Yo no lo he visto así. Aunque todos los personajes son amables y sonrientes, no hay tipos negativos, incluidos el padre comprensivo y el rabino tolerante, la atmósfera resulta agobiante, es difícil de entender que una chica de 18 años pueda soportarla, por más que en apariencia se le deje libertad de opción. De hecho a pesar de su rechazo inicial, Shira termina por decantarse por lo que a la familia le conviene.

La peli no es desdeñable. Se aprecia el dilema en el que Shira se debate, aunque sus dudas no están muy desarrolladas en el guión, los intérpretes son buenos, muy buena la música, a caballo entre plegarias religiosas conocidas y bonitos solos de acordeón y es útil aunque cargante –para mí- la parte documental en torno a la vida de una familia ortodoxa judía.

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