Las placas
del encofrado y los retorcidos hierros que se levantan ante la fachada
principal de San Martín de Frómista no ayudan mucho a que se reproduzca la
experiencia estética de ver por vez primera este monumento del románico. Aún
así mi amigo JJ se ensimisma y yo lo dejo que pase sus ojos sobre las torres
circulares y los canecillos, sobre el ajedrezado y sobre los capiteles del
interior. No sé qué monumento español puede reclamar tanta pureza. El guardián
guía nos explica que un vecino está rehaciendo su casa desde los cimientos. Si
queremos que San Martín reluzca como pieza exenta alguien debe indemnizar al
vecino. Parece que ya es tarde y la plaza delantera quedará disminuida.
Un hombre
en zapatillas a cuadros, sin afeitar, todavía masticando, nos recibe en Moarves
de Ojeda. Amable en su tono franco y algo rudo propio de estas tierras, habla
de las bondades de la pila bautismal cuya decoración remite a la temática del
friso de la portada, del debate entre expertos catedráticos sobre la figura de
más que está representada en el apostolado de la pila, sobre la pequeña
escultura de San Juan y su original bonete, patrono del lugar. Aunque quizá no
habría hecho falta sacar al hombre de su almuerzo porque la maravilla de
Moarves está a la vista, en su fachada rojiza, en el friso corrido con el
Pantocrátor y el Tetramorfos y los doce apóstoles. Hay que subir hasta este
apartado pueblo de Palencia, entre Herrera y Cervera, para admirar las
vestiduras de este original Cristo en majestad, los pliegues de la túnica y el
manto.
Unos
kilómetros más arriba, pasado Olmos de Ojeda, se encuentra la iglesia de Santa
Eufemia de Cozollos parte de lo que fue el Real Monasterio de Frailas
Comendadoras de Santiago. Los alrededores
están hoy convertidos en parking porque se celebra boda. Hombres y mujeres es
trajes festivos se encaminan hacia el patio que precede a la entrada. Las
mujeres con altos tacones caminan por la pradera. El lugar es propiedad privada
y sólo se nos permite rodearla y acercarnos al ábside, que es lo que realmente
importa de esta joya del románico.
También
llegamos tarde a San Andrés del Arroyo. Una monja simpática que despide al
último grupo de visitantes nos dice que sólo por la tarde podremos visitar el
monasterio, pero que la iglesia está a nuestra disposición. Se nota los dineros
invertidos en las sucesivas restauraciones, mucha madera noble, mucha limpieza
para este lugar que hoy día es el mayor monasterio cisterciense femenino en
activo de nuestro país. Pasamos por la iglesia, atisbamos interiores detrás de cristaleras, zonas de museo, venta de dulces y recuerdos, todo cerrado,
silencioso. Caen goterones, aunque el lugar pide seguir allí, escuchar,
dejarse atrapar por el silencio.
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