sábado, 5 de julio de 2014

Tacones en la hierba


            Las placas del encofrado y los retorcidos hierros que se levantan ante la fachada principal de San Martín de Frómista no ayudan mucho a que se reproduzca la experiencia estética de ver por vez primera este monumento del románico. Aún así mi amigo JJ se ensimisma y yo lo dejo que pase sus ojos sobre las torres circulares y los canecillos, sobre el ajedrezado y sobre los capiteles del interior. No sé qué monumento español puede reclamar tanta pureza. El guardián guía nos explica que un vecino está rehaciendo su casa desde los cimientos. Si queremos que San Martín reluzca como pieza exenta alguien debe indemnizar al vecino. Parece que ya es tarde y la plaza delantera quedará disminuida.


            Un hombre en zapatillas a cuadros, sin afeitar, todavía masticando, nos recibe en Moarves de Ojeda. Amable en su tono franco y algo rudo propio de estas tierras, habla de las bondades de la pila bautismal cuya decoración remite a la temática del friso de la portada, del debate entre expertos catedráticos sobre la figura de más que está representada en el apostolado de la pila, sobre la pequeña escultura de San Juan y su original bonete, patrono del lugar. Aunque quizá no habría hecho falta sacar al hombre de su almuerzo porque la maravilla de Moarves está a la vista, en su fachada rojiza, en el friso corrido con el Pantocrátor y el Tetramorfos y los doce apóstoles. Hay que subir hasta este apartado pueblo de Palencia, entre Herrera y Cervera, para admirar las vestiduras de este original Cristo en majestad, los pliegues de la túnica y el manto.

            Unos kilómetros más arriba, pasado Olmos de Ojeda, se encuentra la iglesia de Santa Eufemia de Cozollos parte de lo que fue el Real Monasterio de Frailas Comendadoras de Santiago. Los  alrededores están hoy convertidos en parking porque se celebra boda. Hombres y mujeres es trajes festivos se encaminan hacia el patio que precede a la entrada. Las mujeres con altos tacones caminan por la pradera. El lugar es propiedad privada y sólo se nos permite rodearla y acercarnos al ábside, que es lo que realmente importa de esta joya del románico.



            También llegamos tarde a San Andrés del Arroyo. Una monja simpática que despide al último grupo de visitantes nos dice que sólo por la tarde podremos visitar el monasterio, pero que la iglesia está a nuestra disposición. Se nota los dineros invertidos en las sucesivas restauraciones, mucha madera noble, mucha limpieza para este lugar que hoy día es el mayor monasterio cisterciense femenino en activo de nuestro país. Pasamos por la iglesia, atisbamos interiores detrás de cristaleras, zonas de museo, venta de dulces y recuerdos, todo cerrado, silencioso. Caen goterones, aunque el lugar pide seguir allí, escuchar, dejarse atrapar por el silencio.

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