Si se pasea por el centro, por los lugares turísticos, apenas hay recuerdos de la guerra, algunos impactos en las paredes, algunas manchas rojas en el suelo, como la rosa de Sarajevo que recuerda la bomba caída frente a la catedral católica. Fuera del centro sí, edificios que muestran la destrucción de aquellos días, monolitos desordenados en los parques que muestran las fosas de los abatidos, tantos que no daba tiempo a enterrarlos en las tumbas individualizadas como es costumbre aquí. También se puede mirar hacia arriba, hacia las colinas donde los francotiradores se apostaban para matar a quien se moviese o en el túnel del aeropuerto por donde entraba y salía lo que la ciudad necesitaba. También está presente en la charla de la gente, en la de la guía local que durante dos horas no habla de otra cosa. Guerra, tan cercana en el tiempo, tan salvaje.
¿Cómo es
posible que Europa no trabajase para mantener la unidad de la antigua Yugoslavia,
cómo no hizo nada contra los nacionalismos asesinos, cómo dejó que los nuevos
estados se construyesen con base étnica, cómo no les mandó el recado de que sin
unión debían perder toda esperanza de entrar en la Unión Europea ? En Bosnia, lo
común antes de la guerra eran los matrimonios mixtos entre diferentes religiones, durante unos años
se evitaron, pero ahora vuelven. Es lo natural, la gente dejada a su libre
albedrío quiere vivir con la gente.
Por supuesto hay muchas cosas interesantes en Sarajevo aparte del recuerdo de las guerras: las catedrales y mezquitas, la biblioteca neomudéjar junto al río Miljacka, la sinagoga sefardí con su Hagadá (sólo quedan 1500 sefardíes), el gran paseo, el barrio turco, la comida, una población joven y vitalista.
Una fiesta risueña que consiste en vivir ese momento juntos. Cuando paso por la mezquita de la noche pasada,
No hay comentarios:
Publicar un comentario