viernes, 25 de julio de 2014

Sarajevo, ciudad vital


           Si se pasea por el centro, por los lugares turísticos, apenas hay recuerdos de la guerra, algunos impactos en las paredes, algunas manchas rojas en el suelo, como la rosa de Sarajevo que recuerda la bomba caída frente a la catedral católica. Fuera del centro sí, edificios que muestran la destrucción de aquellos días, monolitos desordenados en los parques que muestran las fosas de los abatidos, tantos que no daba tiempo a enterrarlos en las tumbas individualizadas como es costumbre aquí. También se puede mirar hacia arriba, hacia las colinas donde los francotiradores se apostaban para matar a quien se moviese o en el túnel del aeropuerto por donde entraba y salía lo que la ciudad necesitaba. También está presente en la charla de la gente, en la de la guía local que durante dos horas no habla de otra cosa. Guerra, tan cercana en el tiempo, tan salvaje.


            Y si no había suficiente, ahora se conmemora la hazaña de Gavrilo Princip cuando el 28 de junio de 1944 acabó con la vida del heredero, y esposa embarazada, del imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, que ocurrió aquí, junto al llamado Puente Latino.

            ¿Cómo es posible que Europa no trabajase para mantener la unidad de la antigua Yugoslavia, cómo no hizo nada contra los nacionalismos asesinos, cómo dejó que los nuevos estados se construyesen con base étnica, cómo no les mandó el recado de que sin unión debían perder toda esperanza de entrar en la Unión Europea? En Bosnia, lo común antes de la guerra eran los matrimonios mixtos entre diferentes religiones, durante unos años se evitaron, pero ahora vuelven. Es lo natural, la gente dejada a su libre albedrío quiere vivir con la gente.



            Por supuesto hay muchas cosas interesantes en Sarajevo aparte del recuerdo de las guerras: las catedrales y mezquitas, la biblioteca neomudéjar junto al río Miljacka, la sinagoga sefardí con su Hagadá (sólo quedan 1500 sefardíes), el gran paseo, el barrio turco, la comida, una población joven y vitalista.


            En el segundo atardecer asciendo por una colina llena de monolitos blancos. Es un cementerio musulmán que se extiende a lo largo de la ladera. La gente va subiendo con bolsas en las manos. Arriba, sobre una torre poligonal y una pequeña muralla de ladrillo, se va agrupando hasta llenar todos los rincones. Expectantes, cámara en mano, esperan la señal de un hombre que consulta el reloj. Cuando llega el momento, a su señal, un pequeño cañón dispara un proyectil que se convierte en una pompa multicolor. Es la caída exacta del sol, se ha terminado el ayuno. La gente desenvuelve la comida, pizas, Ćevapčići o esperan a que los camareros del pequeño restaurante contiguo empiecen a repartir la sopa.



           Una fiesta risueña que consiste en vivir ese momento juntos. Cuando paso por la mezquita de la noche pasada, la Mezquita de Gazi Husrev-Beg, la encuentro casi vacía, como si todo el mundo se hubiese traslado a la colina de la torre. Eso es Sarajevo, recuerdo y vitalidad.

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