jueves, 24 de julio de 2014

Fin del ayuno en Sarajevo


            Sarajevo tiene una larguísima arteria por donde pasea la gente, una vía peatonal, compras y exhibición. Está dividida en dos partes, la comercial con tiendas de nombre, por donde se dejan ver los turistas, aunque no hay tantos como en otras ciudades de la extinta Yugoslavia; la otra, cuando la avenida se estrecha y se abre en un delta de callejuelas llenas de puestos de comida, teterías, pequeños restaurantes, heladerías y tiendecillas con objetos de mucho y de poco valor, al modo del zoco o del bazar, donde la gente se agrupa, se saluda, donde el bullicio prende en el aire, quizá porque esta es la hora del final del ayuno, la hora en que ha caído la tarde.


            Voy emparedado entre la gente, como un cuerpo extraño, no porque nadie me rechace sino porque todos se saludan o abrazan. No uso la cámara de fotos, me dejo llevar. En una enorme mezquita, cuyo nombre aun desconozco, un gentío la desborda, en el interior, en el patio de hombres y de mujeres, en la misma calle. El imán suelta un sermón interminable con voz bien timbrada y armónica, que me gustaría entender. La gente sigue entrando y apretujándose. En la parte de las mujeres, con tejidos de vivos colores, con hermosos pañuelos, hay más atención y quietud y parecen predominar las jóvenes; en la de los hombres todo está más mezclado, mujeres con hombres y niños, de todas las edades, algunos van bien vestidos con trajes caros, otros en camiseta y pantalones de verano.



            Cuando vuelvo después de recorrer todo el barrio turco, de ver el movimiento y la charla animada, los abrazos, las familias en los pequeños taburetes con un café o un te en la mano, junto a un gran pastel, como si todo el mundo viviese una fiesta, con un sentido de comunidad que creo se ha perdido entre los católicos, un recuerdo quizá incierto que atesoro de mi infancia, en la mezquita el imán ha dejado de hablar y ahora salmodia, la gente está de rodillas y se levanta, se lleva las palmas de la mano a la cara y luego las extiende hacia adelante, con los ojos cerrados. El patio está iluminado, cámaras de televisión se mueven entre los fieles, algunos, pocos, hacen fotografías, no sé si son turistas. No he visto en otros países, Marruecos, Turquía, esta forma desenfadada, amena, desinhibida, familiar de vivir el Islam, ocupando todo el espacio disponible pero sin dar la impresión de exclusión o de plegaria cerrada a los extraños. Cuando termino de pasear, ya es tarde para cualquier ciudad pero el barrio sigue bullicioso.

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