martes, 22 de julio de 2014

Ragusa (Dubrovnik)



Una vez que cruzas la puerta de Pile, eres turista, estás atrapado. La vieja ciudad de Dubrovnik -Ragusa- está a resguardo de una gruesa, larga y retorcida muralla, antaño defensiva contra distintos invasores bárbaros, turcos las más de las veces, aunque en general era más bien una muralla emplumada porque los ragusinos se avenían a pagar un tributo con tal de salvar la ciudad de la furia destructiva. 


Ragusa fue república bajo el amparo de Venecia, hasta que Napoleón la disolvió, acompañando con los destrozos con que sus tropas solían, con oquedades hasta en el mismo claustro de los dominicos para dar de comer al ganado revolucionario. Su forma de gobierno era parecida a la de la Serenísima, con un gobernador y un Gran Consejo, estatutos que venían de 1272, con una peculiaridad: el poder ejecutivo lo formaban siete miembros y un regidor que sólo permanecía en el poder un mes para evitar malas tentaciones. 


Hoy la muralla es la principal fuente de recaudación de la ciudad, ningún turista se va sin recorrerla de cabo a rabo, es decir, desde la Torre Minčeta hasta el fuerte Bokar, hasta tal punto que los ragusinos -6000 en su mejor momento, 2000 hoy- han ido desalojando sus viviendas para convertirlas en restaurantes, tiendas o apartamentos e irse a vivir a Pile, Gruz o Lapad, los barrios de Dubrovnik, 43.000 habitantes.


          El sol es hoy achicharrante, obliga a mendigar sombra, pero no busques alerones o soportales o toldos fuera de los locales comerciales o de los museos, donde siempre se paga. Los precios son altos y la comida regular, aunque el pescado es de calidad. Los guías, como en todos los lados, magnifican: “Único en Europa”, “Obra del mismísimo Rafael o de Ticiano”, “Idéntica a otra iglesia de Venecia”, o dramatizan: “El terremoto del XVII sobre el que se construyó una ciudad nueva”, “El sitio de los Serbios en la guerra de 1991 cuyas huellas se ven por doquier”.


          La ciudad, eso sí, es fotogénica desde cualquier punto de vista. El mejor, desde lo alto de la muralla. La muralla es la riqueza de la ciudad, los ragusinos no tienen otra fuente de ingresos que el turismo, así que lo hacen pagar: 100 kunas, es decir, 13 euros por permitirte el recorrido del adarve, unos dos kms o por subir en el teleférico a Serg. Desde arriba se ve todo, la colina desde bombardearon los odiados serbios en el 91, el puerto desde salen las excursiones a las mil islas de los alrededores y el interior, los conventos de San Francisco y de los Dominicos, el de Santa Clara y la Iglesia de los jesuitas, la catedral y el palacio del gobernador, la torre del reloj, las plazas.


        ¿Una cerveza para combatir el sofocón? Cuatro eurazos, entre 28 y 30 kunas.

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