Al llegar a
Mostar, desde el lado derecho del Neretva, un enorme campanario exento,
hormigonado y nuevo, sale mi encuentro. Pertenece a un moderno edificio del provincial
de los franciscanos de Bosnia. En otro tiempo esta congregación hizo de la
pobreza su seña de identidad. En la alta colina de al lado otra cruz enorme
señorea la zona. Luego sabré que en la ciudad hay 17 mezquitas, pero los
franciscanos la tienen más larga. La excusa es que el monasterio de los frailes
menores fue destruido durante la guerra.
Mostar es
el puente, el puente viejo o Stari Most.
Es una ciudad grande, con 130.000 habitantes, algo caótica, con una parte nueva
y otra destartalada, porque hay muchos edificios a medio destruir y porque la urbanización
no ha seguido un orden, pero lo que cuenta, su atractivo, está en el puente y
alrededores. De hecho el nombre de la ciudad viene, como digo, de la palabra most, puente. Tiene un solo ojo bajo el
arco con joroba, de 30 por 24
metros , ancho y alto, y fue construido por un ayudante
del gran arquitecto estambulita Mimar Sinan, Mimar Hajrudin. Pasar por encima
de las empinadas losas desgastadas, sobre todo si ha llovido algo, es un gran
riesgo. Se hizo famoso en 1993 cuando las tropas croatas lo destruyeron. Los
soldados españoles de la ONU
hicieron uno provisional de madera y hoy hace justamente 10 años se reconstruyó
con dinero de varios países.
Las autoridades posan para los fotógrafos en el
preciso instante en que ascendemos por la rampa del puente. La mejor vista se
tiene desde lo alto del minarete de la mezquita Koski Mehmed Paša, junto al río.
A pesar del puente, Armana, la bella guía de grandes ojos, dice que el mejor
momento de Mostar no fueron los varios siglos bajo los turcos, sino los breves
años de la dominación austrohúngara. Incluso la época de Tito se recuerda con
nostalgia.
Mostar fue
destruida en la guerra, de 1992
a 1995, en un 80%. Hay muchos edificios testigos de
aquella cruenta guerra entre nacionalismos a la espera de su reconstrucción.
El puente y
los breves alrededores fueron declarados patrimonio de la humanidad, aunque la
restauración no se hiciera con la piedra original de 1557. Igualmente es patrimonio universal
el otro puente famoso de Bosnia, también construido por los turcos, el que une
las dos partes de una ciudad, como aquí, la ciudad de Visegrad, sobre el río
Drina, que Ivo Andric inmortalizó en su famosa novela.
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