lunes, 21 de julio de 2014

El puerto de Lapad



     Anochece mientras contemplo el pequeño puerto de Lapad, junto a una jarra de cerveza y una pizza Ragusa -Funghi más huevo. No me gusta demasiado, aunque tengo hambre. Como sucede en muchas ciudades, el puerto se ennoblece de noche. Una pared de luces cae vertical desde la ladera hasta el agua. Las pequeñas barcas se balancean delante de mis ojos gracias a la ligera brisa que las mueve. A mi alrededor todo es croata, pero aparte de los sonidos de la lengua, trasladados a otro lugar de la costa norte del Mediterráneo nada les diferenciaría. Quizá gritan menos y la gesticulación es más contenida. Escucho, miro y giro hacia dentro, hacia esa inquietud que no me abandona. He paseado dejándome empapar, del ruido, de los colores no muy vivos, del guirigay de lenguas, de la fina lluvia. Nada en concreto ha llamado mi atención, al final todas las ciudades turísticas se parecen, todas reconstruidas, envueltas en papel de regalo. Hasta los turistas parecen los mismos que en Edimburgo, que enTallin, que en Quebec. Camino cuesta arriba y cuesta abajo, tomo una cuesta equivocada y me pierdo. Me ayudan dos chicas que pasean junto al puerto. Nos entendemos con un alboroto de palabras de distintas procedencias. Pero en ningún momento he sentido que su país no fuese el mío.

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