miércoles, 30 de julio de 2014

Pula

 

            Pula es una pequeña ciudad situada en la punta de la península de Istria. Actualmente tiene unos 60.000 habitantes, de los cuales el 15 % son italianos y el resto croatas. Su historia es como la de casi toda Europa un ir y venir de pueblos, algunos de los cuales se acomodaron a lo que había y otros quisieron imponerse por la fuerza: griegos, romanos, eslavos, venecianos, austrohúngaros, franceses de Napoleón, yugoslavos, fascistas de Mussolini, nazis, socialistas de Tito y por fin croatas. Los venecianos, en su largo dominio, siguiendo su famoso dicho, “Primero somos venecianos y después cristianos”, usaron la ciudad a su antojo, construyendo y destruyendo, llevándose monumentos a Venecia, como la Basílica de Santa María Formosa, bizantina del siglo VI, de la que queda un pequeño oratorio de planta circular. Hasta el mismísimo anfiteatro quisieron llevarse pero suponía un esfuerzo enorme, aún así arrancaron, por ejemplo, muchos de los anclajes de plomo originales que sujetaban los sillares. Como Pula no es zona sísmica ese destrozo no ha tenido la importancia que en otros lugares donde ha contribuido al derrumbe de importantes monumentos romanos.


Los austriacos convirtieron el puerto de Pula en la base de su flota –la sexta de entonces-, aventura que se truncó con el final de la 1ª Guerra Mundial. Pero quienes mayor destrozo hicieron fueron los fascistas italianos de entreguerras, no tanto en el patrimonio de la ciudad –de su periodo quedan muchas huellas, edificios, monumentos- sino entre la población, a quien quisieron italianizar a la fuerza. Tras la guerra volvieron tornas, se expulsó a la mayoría de la población italiana y se croatizó al resto, imponiéndose en la escuela, cambiando los nombres y todo lo demás.


            El anfiteatro lo inició el emperador cojo, Claudio, y lo terminó Vespasiano en el año 69. Las diferencias se ven en el color de la piedra de diferentes canteras, oscura y clara respectivamente. Los distintos dueños de la ciudad han metido mano en la gran obra, unos llevándose sillares para construir otros edificios, como los cristianos su catedral, otros para reconstruirlo, siguiendo criterios no muy ortodoxos, hasta el punto de que la UNESCO no ha querido dar su marchamo de protección al monumento por esas diferencias en la reconstrucción. La fábrica es impresionante. Es el tercero del mundo en tamaño, tras Túnez y Roma, 130 por 100, para 20.000 espectadores. Constaba de cuatro torres con escaleras de madera para el acceso y 12 puertas. En la cavea, del graderío no queda sino la mala simulación que hicieron los venecianos sobre lo previamente destruido. Dos órdenes de arcadas con 72 arcos y un tercer nivel con aberturas rectangulares que señalaba la posición del pueblo en los espectáculos de gladiadores y fieras. Se piensa que la naumaquia tenía lugar en el puerto. El agua lamía la base del anfiteatro. Junto a la puerta triunfal estaba el templo de Némesis, diosa de la venganza, donde los gladiadores ofrecían su coraje y prometían juego limpio a cambio de la victoria. En los sótanos hay una exposición permanente sobre ánforas, su construcción y transporte –por ejemplo un carro cuyo eje tenía la misma longitud que hay hoy entre los raíles del ferrocarril-, así como sobre la producción de aceite y vino y el proceso que los romanos seguían para su extracción.

           
            No se sabe de qué fuentes de financiación dispuso Vespasiano para construir el impresionante anfiteatro de Pula, pero es posible que hiciera uso del impuesto que instauró sobre el uso de letrinas públicas, más o menos como se hace hoy a pocos metros de la puerta de entrada. Sigue vivo el famoso dicho del emperador, Pecunia non olet, cuando al turista le entran ganas de aliviarse.

            El anfiteatro estaba al pie de la ciudad romana y ésta en una pequeña colina sobre el puerto, de la que quedan partes de su muralla, construida cuando los bárbaros estaban a punto de entrar en Pula. Se ve en su fábrica el acopio de sillares de procedencia y tamaños diversos, prueba de la premura y el miedo con que los romanos la construyeron, ante lo que se les echaba encima.


Se conservan alguna de las puertas, como las gemelas, una sesgada para que los carros accediesen al camino interior de ronda de la muralla, porque en esta ciudad no había cardo y decumano, un mausoleo, el arco de los Sergios, en la entrada al foro, un arco monumental levantado por una mujer de una poderosa familia romana en honor de tres de sus miembros más conspicuos o un gran mosaico casi entero, la representación del castigo de Dirce, que se descubrió gracias a los estragos de una bomba de la 2ª Guerra Mundial, o el teatro, muy mal cuidado, en lo más alto de la colina. 



En el centro de la antigua ciudad romana queda intacto el templo de los deificados Roma y Augusto, del siglo I ac, aunque no los otros dos que lo acompañaban. La plaza es un mosaico de edificios, recuerdo de las diferentes culturas que han pasado por Pula, como el hermoso ayuntamiento.


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