La primera
impresión en la lectura de El huérfano es de caos y desorganización. No
sé cómo ha procedido Adam Johnson para construir su novela. Está clara la
división en dos partes. En la primera su protagonista Jun Do explica en estilo
indirecto libre su biografía antes de desaparecer en una de las terroríficas
minas-prisión: desde su vida de huérfano sin nombre propio, en Feliz Porvenir,
el orfanato donde los niños, antes de los nueve años, morían de hambre o a
consecuencia del trabajo, antes de los once, hasta los diferentes empleos en el
ejército después, instruido para combatir en ausencia de luz en los túneles de
la zona desmilitarizada entre las dos Coreas o como secuestrador en las ciudades costeras de
inadvertidos ciudadanos japoneses, como espía en un barco pesquero captando
conversaciones a través de un rústico sistema de escucha, como enviado del
gobierno en una misión diplomática al rancho de un senador americano en Texas y, por fin, su destino en el sumidero de la Prisión nº 9. En la segunda parte, diferentes
voces construyen el segundo avatar de Jun Do, cuando de modo imprevisto escapa
de la mina-prisión de la que nadie ha escapado nunca, usurpa el nombre y
personalidad del Comandante Ga y vive una vida que no le corresponde de alto
funcionario del régimen, con la mujer del comandante, Sun Moon, y sus dos hijos.
Quizá ese
sistema de agregación de episodios aparentemente inconexos sea la forma más
adecuada para darnos cuenta del mundo ignoto y surreal de la dictadura de Corea
del Norte. Y a fe que Adam Johnson lo consigue. Hasta en los menores detalles nos
ofrece una información precisa y realista de los modos de opresión y miedo, de
humillación y supervivencia, de horror y esperanza por lejana que pueda parecer,
un mundo donde la violencia y la arbitrariedad siempre están presentes. La
yuxtaposición de episodios tan diversos, contados por voces distintas: la del
propio Jun Do, acostumbrado desde su orfandad a ver el mundo sin emoción y con
una capacidad sobrehumana para sobreponerse al dolor, pero que sin embargo
persigue la sombra tatuada en su pecho de la actriz más famosa del país Sun
Moon; la de los altavoces públicos del régimen, uno en cada vivienda,
imperativos, amenazadores, secamente persuasivos, que todo el mundo ha de oír
por encima de su voluntad; la del interrogador inteligente, de la División 42, que persigue
construir biografías completas de sus torturados, biografías que una vez
completadas se archivarán para que nadie lea, que por su oficio se entera
de la realidad, la acepta y la rechaza en un mismo gesto de voluntad; la de un
narrador omnisciente, por fin, que va entrelazando y contando lo que las otras
voces no pueden contar, la verdad que todos temen y se niegan a aceptar, que
Wonsan, por ejemplo, no es el mundo feliz donde se retiran los jubilados, que
hasta los viejos interrogadores acaban en las minas-prisión, ese mosaico de
sucesos y voces, pues, ayuda a comprender la extraña realidad de un régimen
totalitario que vacía a los individuos de su individualidad, los uniforma por
fuera y los llena de diques infranqueables para la imaginación o la fantasía de
modo que la libertad sea imposible.
Para contar
el mundo real de la aparente irrealidad totalitaria el autor se sirve de
numerosas argucias, desde el relato indirecto libre en la voz del protagonista,
al directo que surge de los interrogatorios, de la confusión entre lo soñado y
lo vivido al reflejo de lo impensable en diálogos o situaciones surrealistas,
montando un gran rompecabezas que el lector va tratando de ordenar mientras lee
con creciente interés. La información que nos transmite Adam Johnson es
vastísima. Sería de interés otro libro que contase cómo ha llegado
a ella, entre otras cosas consiguiendo un permiso de pocos días en ese país.
Creo que
hay algo en lo que el autor yerra, y es lógico que así sea porque Adam Johnson
en un escritor norteamericano, y es que dota a su personaje principal de
conciencia. Lo vemos reflexionando, repasando su vida, las sucesivas
renuncias hasta perderlo todo y quedarse vacío, pero sobreponiéndose, al final, hasta hacer una machada propia de un héroe americano. Pero, ¿pueden los norcoreanos
haber adquirido conciencia de sí tras dos generaciones –estamos en la tercera-
de arrasamiento, cuando ninguno de los que están vivos ha nacido en un mundo donde la individualidad
exista? ¿Dónde están los disidentes o los que han conseguido huir?
Adam
Johnson ganó con esta su segunda novela el premio Pullitzer de 2013. Es
profesor de escritura creativa, conoce por ello las técnicas de construcción
literaria y la propia historia de la literatura. Es fácil pensar en los grandes
autores del siglo XX que le precedieron en el intento de explicar lo inexplicable,
las dictaduras totalitarias, la destrucción de la personalidad, el autoengaño, la
denuncia de los padres por los hijos y de los hijos por los padres, un país que
es una cárcel y un pudridero, en el que los individuos pueden llegar a pensar
que la única liberación es la muerte. Orwell, Kafka, pero también los
diferentes géneros literarios que le sirven para explicar la lógica del absurdo.
Novela de aprendizaje, de aventuras, de intriga política, de dictador, novela
rosa, novela distópica. Quizá no sea una obra original, pero el modo de
disponer la información recopilada en 600 páginas en la que nada sobra tiene un
mérito extraordinario. Leer esta novela es como leer un cuento en el que se
explicitan las peores pesadillas, pero sabiendo que nada ha sido inventado.
Todo es real y sigue ahí en un país
llamado Corea del Norte.
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