martes, 24 de junio de 2014

The Grand Budapest Hotel

        

            Entrar en las películas de Wes Anderson es entrar en un mundo personal, por ello la primera impresión es la definitiva, la que nos indica si nosotros encajamos en ese mundo o no, si seguimos adelante o no. Me costó entrar en las anteriores, incluso alguna se me atragantó, Life Aquatic, pero el comienzo de The Grand Budapest Hotel me ha encantado, literalmente, es decir, fue como caer con Alicia al país de las maravillas donde los paisajes, aquí el paisaje interior de un gran hotel de los años 30, los personajes, el habla, los sentimientos y emociones, la luz y el atrezzo son los de los cuentos. El encantamiento dura mientras dura la exploración del nuevo mundo que parece una animación de aquellas antiguas postales tridimensionales o dioramas, los escenarios del hotel, el vestíbulo, las cámaras, las escaleras, el ascensor, pasillos, corredores, los colores de las paredes, los tapizados, el vestuario de los criados, la aparición de los distintos personajes en los rostros de actores famosos que se prestan a elaborar caricaturas simpáticas: el conserje del hotel, magnífico Ralph Fiennes enamorando a ancianas viudas ricas con su esmoquin púrpura; el joven botones de origen oriental que cuenta la historia después de muchos años con la voz y la presencia madura de Murray Abraham a un joven escritor, Jude Law, que llega a un Gran Hotel casi vacío, en una época donde los Grandes Hoteles han sido desplazados por asépticas construcciones de vidrio y hormigón; el serio abogado representando diferentes causas, el altísimo Jeff Goldblum; el detective malvado Willem Dafoe vestido de cuero negro a la gestapo; el heredero descontento, un enjuto Adrien Brody; el maître asesinado porque conocía la clave para resolver el enigma de la herencia, un Mathieu Amalric tan otro, tan diferente del director teatral de La Venus de las pieles que comenté hace poco; una especie de risueño SS, Edward Norton haciendo de jefe de policía de la república imaginaria de Zubrowka donde sucede la historia; el tosco preso Harvey Keitel; la estirada Clotilde, la criada vestida de negro con mandil y cofia blanca, una Léa Seydoux que en nada se parece a la sensual chica de La vie d’Adele; Saoirse Ronan en el papel de la dulce pastelera que lleva dibujada una salamandra en la mejilla; la anciana adinerada, en fin, una Tilda Swinton casi irreconocible, cuya herencia –el retrato renacentista Muchacho con manzana- dará origen a la historia de intriga y persecución en la que la peli buscará su continuidad tras la original presentación y tantos otros actores cada uno en su nicho único de interpretación que le ha preparado Anderson.

Hotel Grand Budapest

            El encantamiento como digo se va diluyendo cuando el mundo nuevo se hace familiar y las caricaturas de los famosos actores se prolongan más allá de la sorpresa inicial. Eso pasa en general con las demás pelis de Wes Anderson, aunque aquí se aguanta mucho mejor, por la brevedad de las escenas, por el ritmo rápido que Anderson las imprime, por la ayuda de la buena música con aires de la Europa del este, por el peculiar modo de mover la cámara, por el zoom, la puesta en escena, el propio formato de la pantalla, en vertical y en horizontal, el maquillaje y peluquería tan originales, el estilo propio de este director.


            Hay muchas pelis que se parecen a esta, el espectador puede estar refrescando continuamente la memoria buscando referencias, ¿de qué me suena este rostro?, ¿dónde he visto antes esta carrera en moto, estos coches veloces por calles estrechas, esta persecución en la nieve?, ¿dónde he visto estos decorados, estas habitaciones achaparradas, este ascensor?, ¿dónde el peinado en escalera de Tilda Swinton, la perilla de Goldblum, el negro de Adrian Brody?, ¿dónde esos pasillos y habitaciones que parecen estantes o cajones de grandes cómodas? Hay una buena parte de la historia del cine detrás de todo eso; películas de hoteles de lujo, de viajes en tren con asesinato, de balnearios de montaña, de comedias de aquellos años, pero todo estilizado por el genio de Anderson.


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