2. Detrás de la reciente canonización de Adolfo Suárez por parte de los actuales dirigentes, simplificando brutalmente la historia de la transición, hay un inconsciente deseo, o quizá deliberada voluntad oculta, de autolegitimación al convertir el proceso político actual en el orden necesario de la vida social. Si Suárez obró la ingente tarea de transformar una dictadura en una democracia, los jóvenes políticos actuales adornan su trabajo de necesidad y naturalidad. Lo mismo podría decirse de la pegajosa cercanía al nuevo rey en los fastos de la entronización.
3. No alcanzo a comprender, sin embargo, qué había detrás de la apabullante necrológica ofrecida por el alma literaria de Gabriel García Márquez como no fuese simple impotencia ante el amortiguamiento de la literatura.
4. Pocas cosas me resultan tan desagradables como el empeño siempre fracasado de esos periodistas o escritores que quieren juntar la literatura con el fútbol. Estos días las páginas de los periódicos nauseabundean. La literatura no puede desligarse de la vida, de los problemas de los hombres, pero el fútbol no es un problema del hombre, es mierda pura, aunque yo a veces me entusiasme ante determinados partidos y deje fluir mis emociones, pero del mismo modo que hay actividades humanas que quedan en la retaguardia y nadie se atreve a exhibirlas por vergüenza, salvo los frikis, así el fútbol.
5. Si la independencia de Cataluña es plausible, si nada sucede
por formular promesas llenas de bondad y una felicidad fuera de norma, si nadie
las desacredita ni se incendia el país, si no hay cárcel ni sonrojo, si no hay
sangre y no hay guerra, si todo está permitido cualquier delirio es verosímil.
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