
Al leer las
entrevistas sabemos tanto de los entrevistados como del propio Coetzee. Son
personajes con una vida compleja que no se resisten a relatarle al
entrevistador. Julia es una mujer casada y con una niña pequeña que se relaciona
con John Maxwell Coetzee (JMC) por despecho o venganza tras enterarse de las
infidelidades de su esposo. Por ella sabemos que en ese periodo JMC vivía con
su padre en una casa de campo, en medio de una nueva urbanización, que no reúne
las mejores condiciones. Julia describe los olores masculinos, las habitaciones
diminutas, a JMC trabajando en una hormigonera reparando los defectos de la
casa. Ve a ambos, padre e hijo, como dos hombres incompetentes, dos vidas
fracasadas. John no estaba hecho para amar. “John no estaba a mi altura
sexual”, era una especie de autista, como si amase a una imagen de mujer en su
cabeza, “el sexo con él carecía por completo de emoción”. Para mostrar lo
ridículo que podía llegar a ser, cuenta que en una ocasión John quiso follar
con Julia bajo el ritmo del aria de violín del movimiento lento del Quinteto
para cuerda de Schubert. Ella no podía tolerar que él la hiciese actuar como un
violín. Sin embargo conserva como un hito de su vida erótica la media hora que
tuvo con él en el Hotel Canterbury tras abandonar a Mark, su marido.
La familia
Coetzee solía reunirse por navidad en la casa familiar de Voëlfontain. Margot
recuerda una de esas jornadas. John y Margot, primos, conversaban de niños,
incluso llegaron a prometerse en matrimonio. Margot está casada con Lukas, a
quien ama. Vive a caballo entre la granja de Lukas y una habitación de hotel
donde trabaja de contable para poder pagar un sueldo decente a los trabajadores
que tienen en la granja. Durante una excursión en un Datsun, Margot y John
conversan. Margot intenta disuadirle de que se compre una casa en las desoladas
afueras de Merweville, a pesar de que sea barata, a siete horas en coche de
Ciudad del Cabo que es donde viven él y su padre. El pick-up se avería y ambos deben
compartir la noche en su cabina, apretados para resguardarse del frío, lo que
no agrada nada a Margot, pero le da la oportunidad de pensar en su primo: “Como
un niño, este quisquilloso, testarudo, incompetente y ridículo primo suyo se ha
quedado dormido con la cabeza apoyada en su hombro”. “¿Por qué su primo carece
por completo de un aura masculina?”. “Está resentida con él porque había
esperado mucho de John, y él la ha decepcionado”. Su hermana Carol dice esto de
él, aunque Margot le defiende: “Vive con su padre, pero solo porque no tiene
dinero. Un hombre que pasa de los treinta y sin porvenir. Huyó de Sudáfrica
para librarse del ejército. Después lo expulsaron de Estados Unidos porque
infringió la ley. Ahora no puede encontrar un trabajo apropiado porque es
demasiado engreído. Los dos viven del patético salario que gana su padre en la
chatarrería donde trabaja”. Piensa Margot: “No, ella y John pueden tener la
misma sangre, pero, sienta lo que sienta por ella, no es afecto. Tampoco ama
realmente a su padre. Ni siquiera se ama a sí mismo”. John es una mala apuesta
como pareja.
Adriana
es una brasilera que llega a Sudáfrica desde Angola con su marido, Mario y sus
dos hijas. Su marido, empleado como guardia de seguridad, es asaltado a
hachazos, queda ingresado en un hospital y al fin muere. JMC se convierte en
profesor de apoyo de una de las hijas de Adriana, Maria Regina. JMC conoce a
Adriana, acude a clase de danza donde ella es la profesora (“carecía del
sentido del ritmo”, “un hombre de madera”) y le envía cartas de amor, pero
Adriana ni las lee. “Vi de inmediato que no era ningún dios. Le calculé unos
treinta y tantos años, e iba mal vestido, con el pelo mal cortado y barba,
cuando no debería haberla llevado, porque su barba era demasiado rala. También
percibí enseguida, sin que pueda decir por qué razón, que era célibataire.
Quiero decir que no solo no estaba casado sino que no era adecuado para el
matrimonio, como un hombre que, al pasarse la vida entera en el sacerdocio, ha
perdido su virilidad y se ha vuelto incompetente con las mujeres. Tampoco se
comportaba de una manera correcta (me estoy refiriendo a mis primeras
impresiones). Parecía fuera de lugar, deseoso de marcharse cuanto antes. No
había aprendido a ocultar sus sentimientos, que es el primer paso hacia los
modales civilizados”. “Es un hombre débil. Un hombre débil es peor que un mal
hombre. Un hombre débil no sabe dónde detenerse. Un hombre débil está indefenso
ante sus impulsos, te sigue adondequiera que lo lleves”. “Le faltaba una cualidad
que una mujer busca en un hombre, una cualidad de fuerza, de virilidad”. “No
estaba hecho para la vida conyugal. No estaba hecho para la compañía de las
mujeres”. “Si estaba enamorado, no era de mí, sino de alguna fantasía creada
por su cerebro y a la que había puesto mi nombre”. “Era un muchacho a la manera
en que un sacerdote siempre es un muchacho hasta que un día, de repente, se
convierte en un viejo”. “Ese hombre era incorpóreo. Estaba divorciado de su
cuerpo”.
Martin
fue compañero de JMC en la universidad de Ciudad del Cabo. Ambos tienen una
visión parecida sobre Sudáfrica que se podría resumir así: aunque hayan nacido
en esas tierras ambos se sienten extranjeros, ocupantes de un país que no les
pertenece y como tales lo mejor que podrían hacer es marchar a otras tierras
más adecuadas para ellos. Es lo que hacen. JMC, por ejemplo, vivirá una
temporada en EE UU, luego vuelve a Sudáfrica y, por fin, se instala y muere en
Australia. “Nuestra presencia en aquel territorio era legal pero ilegítima. Teníamos
un derecho abstracto a estar allí, un derecho de nacimiento, pero la base de
ese derecho era fraudulenta. Nuestra presencia se cimentaba en un delito, el de
la conquista colonial, perpetuado por el apartheid. Sea cual fuere lo
contrario a «nativo» o «arraigado», así nos sentíamos nosotros. Nos
considerábamos transeúntes, residentes temporales, y en ese sentido sin hogar,
sin patria”.
También Sophie
es una antigua compañera de universidad de JMC, también amante. Se muestra
crítica con el biógrafo, le saca los colores por su poco objetivo método de
llegar a conclusiones a partir de unas pocas entrevistas. Hablan del apartheid
y la posición de JMC ante él. ¿Merece la pena luchar por algo? Coetzee no
parecía muy partidario: “Nada merece que se luche por ello porque la lucha solo
prolonga el ciclo de agresión y represalia”. Veía África a través de una
neblina romántica. “Su filosofía atribuía a los negros el papel de guardianes
del ser más auténtico, más profundo y más primitivo de la humanidad”. “Sé que tenía
muchos admiradores, no le concedieron el premio Nobel porque sí y,
naturalmente, si usted no le considerase un escritor importante, hoy no estaría
aquí, haciendo estas averiguaciones. Pero, seamos serios por un momento, en
todo el tiempo que estuvimos juntos nunca tuve la sensación de que me
encontraba con una persona excepcional, un ser humano excepcional de veras. Sé
que es duro decirlo, pero lamentablemente es cierto. Jamás vi que emitiera un
destello de luz que iluminara de súbito al mundo”. “No era más que un hombre,
un hombre de su tiempo”. ¿Su obra? Carece de ambición. “Demasiado frío,
demasiado pulcro, diría yo. Demasiado fácil. Demasiado falto de pasión”.

Los tres
temas que gravitan sobre la obra, con la excusa de reunir datos y opiniones
sobre JMC, son África y el apartheid, las mujeres y las relaciones con el
padre. Es ahí, más allá de la verosimilitud del personaje central, donde el
escritor expone los temas que le interesa que sean debatidos. Qué hace un
blanco como él, de origen afrikáner, en una tierra que le es ajena. Cómo ven
las mujeres a los hombres en esa relación siempre extraña que se establece
cuando se forman parejas, ¿están siempre midiéndoles en una escala, blandos,
viriles, inválidos para el matrimonio? Qué se traen entre manos un padre y un
hijo cuando están juntos, en la soterrada pugna por el poder.
Por
supuesto también se habla de escritura y de arte, pero esa es una reflexión
perenne en los escritos de Coetzee. Cómo encajar el lenguaje del arte, tan
espiritual, en el arte de los cuerpos. Adriana, la más sensual de los
personajes lo ridiculiza porque quiere que haga el amor al ritmo lento de un
violín, sin embargo cómo no recordar el poema de Rilke en el que hace vibrar el
amor sobre una cuerda. Quizá ese sea el tema mayor del libro, el artista tomado
por lo sublime y entregado a ello, incapaz para la vida de los cuerpos.
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