Mapa de las variaciones de temperatura en la radiación cósmica de fondo |
Nos resulta
difícil pensar en una tierra plana rodeada de planetas y estrellas fijos, nos
parecen ingenuos aquellos hombres que se dejaban llevar por la apariencia de
las cosas, pero ellos como nosotros eran hijos de su tiempo y de su tecnología.
Hace sólo cincuenta años que Arno Penzias y Robert Wilson, tras instalar una
nueva antena de comunicaciones en los
laboratorios Bell, en Holmdel, Nueva Jersey, descubrieron por casualidad el
fondo cósmico de radiación de microondas, un ruido que tuvieron que discriminar de la
radiación terrestre y de la galáctica, del ruido de la propia antena, incluso
de las deposiciones de dos palomas que rondaban por la antena. Una radiación
cuya energía no era mayor de 3,5 grados por encima del cero absoluto, lo que
coincidía con la teoría de unos físicos teóricos de Princeton sobre el
progresivo enfriamiento, por la expansión, de la radiación del universo
primitivo. El descubrimiento demostraba dos cosas, que el Big Bang existió y que las
galaxias, como había visto Edwin Hubble en 1929, estaban alejándose unas de
otras y cuanto más lejos a mayor velocidad. La vida, el universo, la propia
vida del hombre, todo está en continua evolución. Heráclito le gana la partida
a Parménides. Son ideas de nuestro tiempo, ideas que se han formalizado y
demostrado con una tecnología propia de nuestro tiempo. ¿Caben otras distintas,
contradictorias?
Imaginemos
un tiempo más o menos lejano, depende de cuál sea la escala, en que la
temperatura de la radiación de fondo del universo se haya enfriado hasta el
cero, ¿cómo saber entonces que existió la gran explosión? Además las galaxias estarán
tan alejadas unas de otras, también las más próximas a nosotros, que no las
podremos ver. Si los humanos o algún tipo de seres inteligentes aún persistiesen
en algún planeta habitable, ¿qué conjeturas harían sobre el universo,
sostendrían la idea de una gran explosión y la idea de un gran universo en
expansión? Cuando miramos hacia atrás lo hacemos desde nuestro tiempo,
determinados por él, también cuando miramos hacia el futuro, como Galileo, como
Newton, como Einstein, atrapados por la temporalidad.
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