sábado, 1 de febrero de 2014

La quinta en versión de cámara


No siempre muchos sirven mejor una idea que pocos. Eso debió pensar Carl Friedrich Ebers en 1830 cuando adaptó la sinfonía nº 5 de Beethoven para un conjunto de cinco instrumentos de cuerda. También lo hizo para un septeto. Ebers, un estricto contemporáneo del genio de Bonn, pues ambos nacieron en 1770, fue músico como él, no se cansó de componer, pero no ha conseguido salir del olvido, como no sea por alguna de sus adaptaciones para cámara como ésta de la quinta o la conversión del quinteto de clarinete de Weber en sonata para piano, lo que hizo que éste cogiera un enorme cabreo. Quizá la vida aventurera de Ebers, perteneció a una banda de música de artillería y luego de una compañía de cómicos ambulantes, no le permitió concentrarse en la composición, ni en nada provechoso, pues murió en la miseria.

En un principio podría parecer una tomadura de pelo reducir la gran orquesta a sólo dos violines, dos violas y un cello. ¿Dónde queda la gama cromática de los diversos timbres?, ¿dónde el contraste entre maderas y cuerda o entre cuerdas y metal?, ¿dónde los timbales?, ¿dónde la fuerza expresiva que sólo la gran orquesta puede transmitir con su contraste entre el piano y el forte, con su progresivo impulso hacia el éxtasis o su lenta caída hacia el abismo? Y sin embargo, quizá gracias a Ebers, quizá gracias a los miembros del Wiener Kammerssymphonie, el caso es que escuchando esta adaptación no he tenido la impresión de que le faltase algo, de que no trasmitiese el pathos romántico, de que aquello que estaba escuchando no fuese la genial obra que todo el mundo conoce.

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