Esta obra
de Martin McDonagh es, por el contrario, una obra que conoce el oficio, que
domina la carpintería teatral, la escritura, que domina los tiempos y sabe cómo
provocar la reacción del espectador. McDonagh escribe muy bien, cada palabra
está colocada en su lugar, las escoge de acuerdo con las necesidades del personaje,
repite las frases para que cunda el efecto, sabe construir los diálogos, no
sobra nada, ordenados para producir el efecto esperado, dónde toca la lágrima y
dónde el sobresalto y cuándo conviene introducir la sorpresa. El cojo de Inishmaan
es una obra bien escrita y una obra para actores. Todos brillan porque todos
están bien construidos, cada uno tiene su momento, cuando la luz se detiene
sobre el actor y este se luce, en la réplica, en los pequeños monólogos. Se ve
que disfrutan. Nueve actores y todos bien, magníficos, responden a lo que de
ellos se espera. Además cada uno tiene su vuelta o su revuelta, son lo que aparentan y algo más, un retorcimiento, un fondo negro o luminoso tras la primera cara. Todo está medido, nada puede fallar. Y el espectador lo
agradece porque necesita soltar las emociones primarias, las lágrimas bajando
por sus mejillas, la sonrisa, hasta una carcajada de vez en cuando. Y luego,
España se parece tanto a Irlanda, ese papel segundón frente a los grandes países,
la conciencia depresiva de no estar en el mejor momento, la conmiseración, la
cruda burla de nuestras miserias, la búsqueda de oportunidades fuera, la vuelta
a casa con el rabo entre las piernas. Y también ese hombre simple que vive en la ciudad pero que no se ha civilizado del todo, primario en sus emociones y en la expresión, con la brutalidad medio escondida lista para salir a la superficie.
En cuanto al montaje, la caja del Infanta Isabel no es muy grande, por lo que la escenografía es elemental: cortinones, pequeños muebles y sillas que entran o salen de escena como los actores y proyección de imágenes sobre las cortinas y en la última parte de la palícula El mar de Arán de Flaherty que sirve de excusa para el desarrollo del personaje de Billy el cojo. Tampoco se necesitaba más porque como digo es una obra de texto y de actores.
Son obras
opuestas, El cojo de Inishmaan y Emilia, pero cada una perfecta en lo que
pretende, la primera una comedia dramática, dura pero amable, que deja buen
sabor, como una comida de la que uno sale satisfecho sin el pesar de haber
pagado por algo que no lo merecía. Emilia, un drama, duro sin contemplaciones,
con ligerísimos toques de humor. La primera busca la satisfacción del cliente
por parte del profesional, la segunda amargarle la noche, por parte del
artista. Los dos conceptos son válidos, las ambiciones muy distintas.
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