Las últimas
exposiciones de La Caixa
tienden hacia el historicismo, una forma cómoda de atraer al público con
promesas de ese barniz que la clase media cree que es el arte y que le exige el
esfuerzo justo para ampliar un poco su formación. Exposiciones poco costosas y
lucidas, que no me parece mal que se hagan, pero que están lejos de la
pretensión del arte que es remover, hurgar, poner en cuestión los cimientos de
las ideas centrales de cada época. No es extraño viniendo de Cataluña porque
desde que la burguesía triunfó allí el arte que se permitió es uno modoso, esteticista,
poco rompedor: desde el modernismo inicial al neoclasicismo de la ben
plantada y las sucesivas vanguardias al gusto de París hasta el actual
revival neohistoricista que pretende devolver a Cataluña trecientos años atrás.
Eso es Japonismo la expo que se puede ver en la sede de Madrid, la recepción
del orientalismo en artistas de segunda y decoradores de interiores en la Barcelona de finales del
XIX y principios del XX. Como obras de calibre hay pocas la exposición discurre
entre montones de paneles informativos que aportan poco a lo que ya se ve.
Sin
embargo, a juzgar por el gentío dominical, la exposición es un éxito. Colas
para entrar en las salas y colas para acceder al edificio, aunque es verdad
que el grueso se lo lleva la muestra de fotos que Sebastião Salgado llama de
forma tan pomposa como la factura de sus propias fotos: Génesis. Nunca
le he encontrado el qué a este fotógrafo, me parece el colmo del aburrimiento:
cientos de fotos amontonadas en las paredes en blanco y negro, lisas, relucientes
como el lomo de un escualo, copias unas de otras sin asomo de originalidad.
Salgado se copia constantemente y acaso piense que el público, admirado, no deje
de proferir oooh y aaah sin cansarse ante tanta maravilla. Para colmo, cada
foto está punteada por un comentario totalmente innecesario y muchas veces
aleccionador sobre la necesaria conservación de la naturaleza salvaje y los
males de la civilización corruptora. Sólo en un par de fotos, en sendos retratos de hombres de Papúa Guinea, he visto un asomo de vida, detrás de las máscaras emergen ojos con vida. El recorrido por las salas entre la
muchedumbre es agobiante, sin posibilidad alguna de que brote cualquier
experiencia estética. Y cómo marca, este hombre tan amante de la naturaleza, tan desinteresadamente conversacionista, todas y cada una de sus fotografía, con una gigantesca C.
Lo
contrario que en La Casa
de América. También allí es domingo pero no hay gentío: algunas familias con
niños y hombres solitarios tomando notas de las cartelas y fotos de los
documentos expuestos en torno a La exploración del Pacífico: 500 años de historia,
sobre la madera crujiente de las salas del primero y segundo piso. Pero una
ocasión perdida. Hay material interesante, documentos manuscritos, mapas de época,
maquinaria náutica de tres siglos, del XVI al XVIII, maquetas, dibujos, material etnográfico, pero tan pobremente
expuesto, con tan pocos recursos didácticos que da grima. Los objetos se
muestran siguiendo sin más la cronología, sin una idea superior que los anime. ¿Es
que al Estado no le quedan recursos para exhibir sus glorias del pasado? En
museos de provincias se hacen exhibiciones mucho más ricas: infografía, vídeos,
3D, películas, qué se yo, y más con los patronos con los que asegura contar esta exposición.
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