miércoles, 5 de febrero de 2014

Exposiciones historicistas


            Las últimas exposiciones de La Caixa tienden hacia el historicismo, una forma cómoda de atraer al público con promesas de ese barniz que la clase media cree que es el arte y que le exige el esfuerzo justo para ampliar un poco su formación. Exposiciones poco costosas y lucidas, que no me parece mal que se hagan, pero que están lejos de la pretensión del arte que es remover, hurgar, poner en cuestión los cimientos de las ideas centrales de cada época. No es extraño viniendo de Cataluña porque desde que la burguesía triunfó allí el arte que se permitió es uno modoso, esteticista, poco rompedor: desde el modernismo inicial al neoclasicismo de la ben plantada y las sucesivas vanguardias al gusto de París hasta el actual revival neohistoricista que pretende devolver a Cataluña trecientos años atrás. Eso es Japonismo la expo que se puede ver en la sede de Madrid, la recepción del orientalismo en artistas de segunda y decoradores de interiores en la Barcelona de finales del XIX y principios del XX. Como obras de calibre hay pocas la exposición discurre entre montones de paneles informativos que aportan poco a lo que ya se ve. 


            Sin embargo, a juzgar por el gentío dominical, la exposición es un éxito. Colas para entrar en las salas y colas para acceder al edificio, aunque es verdad que el grueso se lo lleva la muestra de fotos que Sebastião Salgado llama de forma tan pomposa como la factura de sus propias fotos: Génesis. Nunca le he encontrado el qué a este fotógrafo, me parece el colmo del aburrimiento: cientos de fotos amontonadas en las paredes en blanco y negro, lisas, relucientes como el lomo de un escualo, copias unas de otras sin asomo de originalidad. Salgado se copia constantemente y acaso piense que el público, admirado, no deje de proferir oooh y aaah sin cansarse ante tanta maravilla. Para colmo, cada foto está punteada por un comentario totalmente innecesario y muchas veces aleccionador sobre la necesaria conservación de la naturaleza salvaje y los males de la civilización corruptora. Sólo en un par de fotos, en sendos retratos de hombres de Papúa Guinea, he visto un asomo de vida, detrás de las máscaras emergen ojos con vida. El recorrido por las salas entre la muchedumbre es agobiante, sin posibilidad alguna de que brote cualquier experiencia estética. Y cómo marca, este hombre tan amante de la naturaleza, tan desinteresadamente conversacionista, todas y cada una de sus fotografía, con una gigantesca C.


            Lo contrario que en La Casa de América. También allí es domingo pero no hay gentío: algunas familias con niños y hombres solitarios tomando notas de las cartelas y fotos de los documentos expuestos en torno a La exploración del Pacífico: 500 años de historia, sobre la madera crujiente de las salas del primero y segundo piso. Pero una ocasión perdida. Hay material interesante, documentos manuscritos, mapas de época, maquinaria náutica de tres siglos, del XVI al XVIII, maquetas, dibujos, material etnográfico, pero tan pobremente expuesto, con tan pocos recursos didácticos que da grima. Los objetos se muestran siguiendo sin más la cronología, sin una idea superior que los anime. ¿Es que al Estado no le quedan recursos para exhibir sus glorias del pasado? En museos de provincias se hacen exhibiciones mucho más ricas: infografía, vídeos, 3D, películas, qué se yo, y más con los patronos con los que asegura contar esta exposición.

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