sábado, 22 de febrero de 2014

Erwin Schulhoff en la merienda

Isadora

            La música que realmente me gusta es la de cámara. Uno, dos, cinco, seis intérpretes sobre el escenario. Poco público, la mitad o dos tercios de la sala pequeña. Acústica perfecta, público respetuoso. Dos obras no muy conocidas, Erwin Schulhoff:  Sexteto de cuerda, WV70, Dimitri Shostakovich: Quinteto con piano en Sol menor, op. 57. Bueno, sí la de Shostakovich, en realidad, una de sus obras magistrales. El banquete perfecto para una tarde de sábado. Pero las cosas no son como uno las planea.

            En primera fila, a metro y medio del escenario, justo debajo de los dos violines, las dos violas y los dos cellos, dos padres y dos madres, treintañeros, y sus niños, tres niños y dos niñas, con sus vestiditos encantadores, sus coletitas, sus ricitos, entre los dos y los tres años, quizá cuatro, dispuestos a escuchar el sexteto de Schulhoff, que quizá siga una tendencia neoclasicista, digamos ecléctica, sí, pero ¿para niños de entre dos y cuatro años? El Allegro risoluto lo aguantaron más o menos, pero en el Andante tranquilo el niño más pequeño, en brazos de la madre, competía con los chelos con sus pedorretas, en el Allegro Molto la cuerda animosa pudo imponerse a los ruidos de la merienda que uno de los padres iba sacando de una bolsa: los briks de melocotón y naranja, las napolitanas y el hojaldre, pero en el Adagio final la cosa se desmandó, las niñas con la merienda en la mano iban de padre a madre y de madre a padre, protestando, corriendo, mientras los músicos se esforzaban en hacerse con el silencio hacia el que discurre el adagio.


            En el descanso dos o tres personas del staff tuvieron que convencer a los padres de que la primera fila no era el lugar más adecuado para esos niños. Shostakovich, que está en los cielos, agradeció al quinteto Isadora y a Javier Perianes un más que notable Quinteto. Sin niños.

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