martes, 14 de enero de 2014

NW London, de Zadie Smith


            Willesden, Kilburn, Caldwell, ciudades, barrios, calles del noroeste de Londres, del Gran Londres, que en los sesenta atrajeron a inmigrantes del Caribe y de la India, que entre los setenta y ochenta entraron en decadencia por el hacinamiento, cuando llegaron más inmigrantes, de África y de Pakistán, y que luego se recuperaron un poco cuando los primeros inmigrantes, ya de clase media, se empeñaron en vivir decentemente. Ahí es donde Zadie Smith sitúa el escenario de sus novelas. En ellas las diferencias sociales relacionadas con el color de la piel no saltan a primera vista, hay que escudriñarlas en el habla, en los gustos, en el trabajo, en la calle donde habita cada uno, también en la violencia.

            La primera parte de NW London es la historia de Leah Hanwell como mujer adulta, de ascendencia irlandesa, casada con un francés de origen argelino a quien conoció en Ibiza, el dulce Michel. Michel y Leah viven a caballo entre gente desesperada, que está en el alambre de la supervivencia, y nuevos ricos, a quienes conocen gracias a una vieja amiga del colegio de Leah, Natalie Blake, también llamada Keisha, de origen jamaicano, una triunfadora que por la fuerza de su voluntad se impulsa desde el arroyo. En ambos ambientes, Michel y Leah, se sienten incómodos, pero no saben o no quieren escapar a otro sitio.

            La segunda parte es un intermedio entre las historias de Leah y Natalie Blake. Félix es un treintañero antillano que se recupera del alcoholismo y las drogas, que ha pasado por un montón de trabajos y ahora lo hace con un trabajo precario en un taller mecánico. Al salir de la cama de Grace, con quien ha decidido enderezar su vida, recorre en una jornada diversos lugares de la geografía urbana, a pie, en metro y en autobús, observa los planos de la malla urbana que va encontrando, en dirección al West End, y se pregunta cuál es, en realidad, el centro de la ciudad. En su viaje topa con personajes que por uno u otro motivo son importantes en su vida y con quienes mantiene largas conversaciones, un viejo conocido de los bloques de Caldwell de quien no recuerda el nombre; su padre, Lloyd, no mucho mayor que él, obsesionado con las mujeres a las que considera como agujeros negros a las que un hombre no satisfará jamás y que aconseja a su hijo que comer coños es humillante y antihigiénico; un vecino viejo comunista, Barnesy, que le sermonea sobre valores y se lamenta de la desgracia de la juventud, a quien Félix aprecia después de todo; un joven rico, Tom Mercer, que sólo ve en él a un chico negro que puede venderle una papeleta, pero a quien Félix hábilmente enreda ofreciéndole una ridícula cantidad por un MG de los 70. Y llega a Oxford Cicus donde el espera su amante, Annie, a quien conoció en sus años de proveedor, una inteligente, sofisticada y drogata chica del periodo en que trabajó en el mundillo del cine, de recadero, y de quien se quiere despedir, después de echar un polvo rápido y torpe en la azotea, frente a una familia feliz, hombre, mujer y niño, que toma un picnic en la azotea de enfrente. La historia de Félix acaba en un vagón del metro. Hay una embarazada que quiere sentarse, un par de chicos con capucha que van a lo suyo y Félix que intermedia. A la salida, junto a la parada del bus, los chicos le esperan con una navaja. Muchas páginas más tarde sabremos que los chicos eran blancos, que saldrán impunes y que Félix encontrará su destino final en una parroquia de Jamaica. Si hubiésemos estado atentos también habríamos sabido el final de esta historia cuando Leah y Michel la ven por la tele en el piso que Frank les ha prestado para ver el carnaval.

             En la originalísima tercera parte, una novela en sí, mediante brevísimos capítulos con lema, se nos cuenta la ascensión de Keisha Blake hasta convertirse en Natalie, abogada de éxito, casada con un tiburón de la City. Conocemos a la humilde familia de Keisha, madre cuidadora, padre conductor de bus, a una hermana, Cheryl, madre soltera que tiene hijo tras hijo; nos enteramos de la adolescencia tranquila de Keisha, obediente, tenaz, al contrario que la de Leah. Al salir de la adolescencia, las dos amigas viven una separación temporal. Leah se deja llevar por el río de la vida. Keisha es estudiosa, se ennovia con Rodney, el favorito de su madre, consigue una beca para la universidad, para estudiar derecho junto a Rodney, religiosa como él, catequista como él, hasta que un día, Perdió a Dios con tal naturalidad y falta de dolor que no le quedó más remedio que preguntarse a quién habría estado refiriéndose con aquel nombre, lo que al tiempo condujo al abandono del aburrido y concienzudo Rodney. Keisha, ya como Natalie, acabará casándose con Francesco de Angelis, un italiano-jamaicano, tan guapo como rico, vago para los exámenes listo en la City. Durante su tiempo de prácticas, Natalie se ocupará de casos sociales, donde la preocupación moral está por encima del abstracto mundo legal. Y por fin se convertirá en una profesional de las grandes corporaciones, en una princesa de los despachos del derecho comercial, desdeñando la suerte de su compañera Polly, a quien Un bufete nuevo, moderno y progre le había ofrecido un puesto donde cobraba mucho y al mismo tiempo gozaba de inmunidad moral. La carrera de Keisha-Natalie ha sido un ascenso continuo hasta que llega al punto muerto y la caída: familia perfecta, gran sueldo, esposo guapo y rico, de cuyos manejos no quiere enterarse, casa con vistas de grandes dimensiones, dos hijos que cuidan primero una polaca y luego una brasileña. Natalie entra en Internet, en el proceloso mundo de los contactos, insatisfactorios, penosos, pero incapaz de dejarlos, droga dura. Mientras tanto Leah y Michel parecen felices.

            En la parte final de la novela Natalie se somete a autocastigo, dando rienda suelta a su desesperación. Frank ve la pantalla del ordenador, sus citas, Natalie abandona su casa y huye a los viejos barrios del NW. Se encuentra con un jamaicano de su infancia, Nathan Bogles, por quien Leah estaba coladísima. Nathan había sido guapo e inteligente, pero no más allá de los 10 años porque, según le explica a Natalie, nadie quiere a un jamaicano más allá de los diez años. Ahora es un harapo humano. Comienzan a caminar por los cinco bloques unidos y destartalados de la hondonada de Caldwell, irónicamente llamados Smith, Hobbes, Bentham, Locke y Russell. Caminan y caminan bajo la lluvia, en medio de una conversación deshilachada, ascendiendo hacia Hampstead Heath, con la ciudad a sus pies. La larga conversación va sobre sus derrotas, aunque ambas sean tan diferentes. Natalie podrá volver a casa y reconciliarse con Franck si es preciso y halla fuerzas, a Nathan le espera lo peor. El final del final es una conversión entre las dos amigas, Leah y Natalie, sobre los hijos, sobre los maridos, sobre la desigual fortuna de la gente del NW, sobre Félix y Nathan, sobre la necesidad de ser sinceros.

            Zadie Smith es de esos escritores que, sopla que te resopla, cree poder reavivar la novela de entre sus cenizas. Sus personajes emergen de las zonas conflictivas, y por ello creativas, en los márgenes de la gran ciudad; su técnica narrativa, mezclando tiempos y espacios, hablas y formas de vida distantes, intenta reproducir el vivero social y racial, el revoltijo de vivencias que teniendo su origen en los confines del mundo vienen a encontrarse en un rincón de la vieja Europa. No sé si lo logrará, pero su lectura es estimulante. Tiene la virtud de hacer viejos a muchos autores a los que admiro. Ese es el privilegio de lo nuevo.


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