Willesden,
Kilburn, Caldwell, ciudades, barrios, calles del noroeste de Londres, del Gran
Londres, que en los sesenta atrajeron a inmigrantes del Caribe y de la India , que entre los setenta y
ochenta entraron en decadencia por el hacinamiento, cuando llegaron más
inmigrantes, de África y de Pakistán, y que luego se recuperaron un poco cuando los
primeros inmigrantes, ya de clase media, se empeñaron en vivir decentemente. Ahí
es donde Zadie Smith sitúa el escenario de sus novelas. En ellas las diferencias
sociales relacionadas con el color de la piel no saltan a primera
vista, hay que escudriñarlas en el habla, en los gustos, en el trabajo, en la
calle donde habita cada uno, también en la violencia.
La primera parte
de NW London es la historia de Leah Hanwell como mujer adulta, de
ascendencia irlandesa, casada con un francés de origen argelino a quien conoció
en Ibiza, el dulce Michel. Michel y Leah viven a caballo entre gente
desesperada, que está en el alambre de la supervivencia, y nuevos ricos, a
quienes conocen gracias a una vieja amiga del colegio de Leah, Natalie Blake,
también llamada Keisha, de origen jamaicano, una triunfadora que por la fuerza
de su voluntad se impulsa desde el arroyo. En ambos ambientes, Michel y Leah,
se sienten incómodos, pero no saben o no quieren escapar a otro sitio.
La segunda
parte es un intermedio entre las historias de Leah y Natalie Blake. Félix es un
treintañero antillano que se recupera del alcoholismo y las drogas, que ha
pasado por un montón de trabajos y ahora lo hace con un trabajo precario en un
taller mecánico. Al salir de la cama de Grace, con quien ha decidido enderezar
su vida, recorre en una jornada diversos lugares de la geografía urbana, a pie,
en metro y en autobús, observa los planos de la malla urbana que va
encontrando, en dirección al West End, y se pregunta cuál es, en realidad, el
centro de la ciudad. En su viaje topa con personajes que por uno u otro motivo son
importantes en su vida y con quienes mantiene largas conversaciones, un viejo
conocido de los bloques de Caldwell de quien no recuerda el nombre; su padre, Lloyd,
no mucho mayor que él, obsesionado con las mujeres a las que considera como
agujeros negros a las que un hombre no satisfará jamás y que aconseja a su hijo
que comer coños es humillante y antihigiénico; un vecino viejo comunista,
Barnesy, que le sermonea sobre valores y se lamenta de la desgracia de la
juventud, a quien Félix aprecia después de todo; un joven rico, Tom Mercer, que
sólo ve en él a un chico negro que puede venderle una papeleta, pero a quien
Félix hábilmente enreda ofreciéndole una ridícula cantidad por un MG de los 70.
Y llega a Oxford Cicus donde el espera su amante, Annie, a quien conoció en sus
años de proveedor, una inteligente, sofisticada y drogata chica
del periodo en que trabajó en el mundillo del cine, de recadero, y de quien se
quiere despedir, después de echar un polvo rápido y torpe en la azotea, frente
a una familia feliz, hombre, mujer y niño, que toma un picnic en la azotea de
enfrente. La historia de Félix acaba en un vagón del metro. Hay una embarazada que
quiere sentarse, un par de chicos con capucha que van a lo suyo y Félix que
intermedia. A la salida, junto a la parada del bus, los chicos le esperan con
una navaja. Muchas páginas más tarde sabremos que los chicos eran blancos, que
saldrán impunes y que Félix encontrará su destino final en una parroquia de
Jamaica. Si hubiésemos estado atentos también habríamos sabido el final de esta
historia cuando Leah y Michel la ven por la tele en el piso que Frank les ha prestado
para ver el carnaval.
En la originalísima tercera parte, una novela
en sí, mediante brevísimos capítulos con lema, se nos cuenta la ascensión de
Keisha Blake hasta convertirse en Natalie, abogada de éxito, casada con un
tiburón de la City. Conocemos
a la humilde familia de Keisha, madre cuidadora, padre conductor de bus, a una
hermana, Cheryl, madre soltera que tiene hijo tras hijo; nos enteramos de la adolescencia tranquila de Keisha, obediente, tenaz, al contrario que la de Leah. Al salir
de la adolescencia, las dos amigas viven una separación temporal. Leah se deja
llevar por el río de la vida. Keisha es estudiosa, se ennovia con Rodney, el favorito
de su madre, consigue una beca para la universidad, para estudiar
derecho junto a Rodney, religiosa como él, catequista como él, hasta que un
día, Perdió a Dios con tal naturalidad y falta de dolor que no le quedó más
remedio que preguntarse a quién habría estado refiriéndose con aquel nombre,
lo que al tiempo condujo al abandono del aburrido y concienzudo Rodney. Keisha, ya como Natalie, acabará casándose con
Francesco de Angelis, un italiano-jamaicano, tan guapo como rico, vago para los exámenes listo en la City. Durante su tiempo de prácticas, Natalie se ocupará de casos
sociales, donde la preocupación moral está por encima del abstracto mundo
legal. Y por fin se convertirá en una profesional de las grandes corporaciones, en
una princesa de los despachos del derecho comercial, desdeñando la suerte de su
compañera Polly, a quien Un bufete nuevo, moderno y progre le había ofrecido
un puesto donde cobraba mucho y al mismo tiempo gozaba de inmunidad moral.
La carrera de Keisha-Natalie ha sido un ascenso continuo hasta que llega al
punto muerto y la caída: familia perfecta, gran sueldo, esposo guapo y rico, de cuyos manejos
no quiere enterarse, casa con vistas de grandes dimensiones, dos hijos que
cuidan primero una polaca y luego una brasileña. Natalie entra en Internet, en el
proceloso mundo de los contactos, insatisfactorios, penosos, pero incapaz de
dejarlos, droga dura. Mientras tanto Leah y Michel parecen felices.
En la parte
final de la novela Natalie se somete a autocastigo, dando rienda suelta a su
desesperación. Frank ve la pantalla del ordenador, sus citas, Natalie abandona su casa y
huye a los viejos barrios del NW. Se encuentra con un jamaicano de su infancia,
Nathan Bogles, por quien Leah estaba coladísima. Nathan había sido guapo e
inteligente, pero no más allá de los 10 años porque, según le explica a
Natalie, nadie quiere a un jamaicano más allá de los diez años. Ahora es un
harapo humano. Comienzan a caminar por los cinco bloques unidos y destartalados
de la hondonada de Caldwell, irónicamente llamados Smith, Hobbes, Bentham,
Locke y Russell. Caminan y caminan bajo la lluvia, en medio de una conversación
deshilachada, ascendiendo hacia Hampstead Heath, con la ciudad a sus pies. La larga conversación va sobre
sus derrotas, aunque ambas sean tan diferentes. Natalie podrá volver a casa y
reconciliarse con Franck si es preciso y halla fuerzas, a Nathan le espera lo
peor. El final del final es una conversión entre las dos amigas, Leah y
Natalie, sobre los hijos, sobre los maridos, sobre la desigual fortuna de la
gente del NW, sobre Félix y Nathan, sobre la necesidad de ser sinceros.
Zadie Smith
es de esos escritores que, sopla que te resopla, cree poder reavivar la
novela de entre sus cenizas. Sus personajes emergen de las zonas conflictivas,
y por ello creativas, en los márgenes de la gran ciudad; su técnica narrativa,
mezclando tiempos y espacios, hablas y formas de vida distantes, intenta
reproducir el vivero social y racial, el revoltijo de vivencias que teniendo su
origen en los confines del mundo vienen a encontrarse en un rincón de la vieja
Europa. No sé si lo logrará, pero su lectura es estimulante. Tiene la virtud de hacer viejos a muchos autores a los que admiro. Ese es el privilegio de lo nuevo.
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