lunes, 13 de enero de 2014

Mujeres. A cuatro manos



                En una punta está Alice Munro, en la otra Zadie Smith. Blanca y negra. Una franja de ciudades en el sur de Canadá, una civilización que protege del frío. La ebullición africana y caribeña en el noroeste de Londres. Los personajes de Alice Munro vienen del pasado, de cuando las restricciones conformaban personalidades redondas que duraban toda una vida, apenas asoman la nariz al presente. El presente está ahí, claro, pero es un presente conformado. Los de Zadie Smith son hijos de este tiempo y abren caminos inéditos. Alice Munro sabe de lo que escribe, sólo tiene que ponerse a ello porque conoce los pormenores y las tramas, apenas tiene que inventar. Zadie Smith mira alrededor y no deja de sorprenderse, sus historias se están construyendo mientras ella escribe. En realidad, apenas le da tiempo a amueblar sus casas como no sean las de sus antagonistas. El futuro se les echa encima sin tiempo para parar y meditar. En ambas son historias de mujeres. Parece como si de golpe, el mundo hubiese arrojado de sí a los hombres. Es muy parecido a lo que sucede con el joven Joyce de Los muertos y el viejo John Huston del mismo título, pero al revés. En Joyce amanecía el mundo de las mujeres, una intuición o una mirada perspicaz. En Huston es la melancolía del mundo perdido: el hombre que a través de la ventana ve como el universo se apaga en el silencio de los copos que caen.

Alice Munro: Mi vida querida
Zadie Smith: NW London

James Joyce, John Huston: Los muertos.

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