Debía tener
prisa Eliahu Inbal, quizá tenía que coger el avión, solo de ese modo alcanzo a
comprender por qué ha ido a tal velocidad dirigiendo la orquesta. Me cuesta
entrar en el mundo de Bruckner, me suelo perder en algún momento del primer
movimiento de sus sinfonías, pero hoy se me ha ocurrido escuchar antes la versión de Celibidache de la sinfonía que hoy interpretaba la orquesta, la Quinta , a las órdenes de
Inbal, y me ha convencido, una maravilla de versión. Me ha gustado muchísimo. Celibidache hace claro el
edificio armónico de Bruckner, lo hace comprensible, se oyen las citas del réquiem
de Mozart, los ecos de Wagner, se escuchan con claridad los temas, se comprende
la simetría entre los movimientos, el primero con el cuarto, el adagio con el
scherzo, transmite paz y serenidad y esa especie de oración que va surgiendo de los
instrumentos, llenando la atmósfera, capturándome, implicándome. No me ha pasado lo mismo con la versión de Inbal, aunque he
puesto todo mi empeño, siguiendo los temas, queriendo disfrutar con la cuerda y sus pizzicato, con el oboe y la madera, tratando
con dificultad de separar los instrumentos que se amontonaban en los forte, incapaz de distinguir las texturas, todo demasiado deprisa, la masa tapando las voces individuales,
demasiado rápidas las transiciones, imponiéndose el metal y la percusión al
viento y la cuerda. Ruido y prisa, en fin, no he podido desde luego, como era el deseo de
Bruckner, unirme a la oración que debía elevarse de la catedral sonora.
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