jueves, 30 de enero de 2014

La clemenza di Tito, en el Calderón



            Si una obra de teatro puede construirse en el escenario sin que cada uno de los elementos que intervienen sea perfecto, incluso, a veces, requiere que no brillen para mejor atender a la profundidad del asunto, en la ópera no sucede así. El teatro como la literatura tiene que ver con la verdad, la ópera con la emoción. La ópera es el arte de lo sublime y para que funcione todo debe ser exquisito: la orquesta, los solistas, los cantantes, la escenografía, el vestuario y por supuesto la música. Por eso la ópera es tan cara de montar y cualquier coso lírico para ser reconocido ha de tener un presupuesto que sobrepase con mucho la recaudación en taquilla, por lo que las instituciones públicas se ven obligadas a contribuir por prestigio de país o de ciudad.


            El Auditorio Miguel Delibes, en Valladolid, es la sede de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, es incomprensible que ante una representación como la de La clemenza di Tito, de Mozart, su lugar lo ocupe una orquesta montada para la ocasión. El escenario del Calderón es coqueto, aunque quizá algo pequeño, los cantantes en relación con el presupuesto, como la escenografía, una gran rampa escalonada coronada por enormes tornillos, de difícil comprensión, el vestuario a medio camino entre lo moderno –las inevitables botas de caña larga- y lo romano. Aún así me sorprendió gratamente el coro, también la mezzo Vivica Genoux, que fue ganando a medida que avanzaba la representación, como en el aria "Parto, parto", acompañada con el clarinete, o el final del primer acto con todo el mundo en el escenario y algunos momentos de la soprano Yolanda Auyanet.

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