¿Qué nos
dice Hécuba hoy? ¿Qué me dice? Eurípides monta un drama morrocotudo en torno a
esta mujer que en Troya lo perdió todo: a su esposo Príamo y el poder, a Héctor
junto a sus otros hijos. Pero si comparece en el escenario como esclava de los
griegos, junto a sus compañeras troyanas, no es por el doloroso pasado, es porque
si creía haberlo perdido todo su sufrimiento aun no ha concluido. Junto a ella
está su hija virgen, Polixena, a quien el espectro de Aquiles reclama para que
sea sacrificada sobre su tumba porque su valentía ha de ser honrada. Así lo
cuenta y exige el mensajero Ulises. A pesar de las súplicas, a Hécuba, esclava
de los griegos, no le queda más que obedecer. Pero hay más. Las olas arrojan
sobre la playa, en la que Hécuba y las troyanas están a la espera de ser
repartidas y embarcadas como botín de los vencedores griegos, el cadáver
desfigurado de Polidoro, el único de sus hijos varones que ella creía a salvo. Polidoro
había sido entregado a Poliméstor, rey de los tracios y amigo, por Príamo, para
que lo salvara de la guerra porque no tenía edad para sostener la espada. Polidoro
llevaba junto a sí el tesoro de Troya. Codicioso, Poliméstor lo ha matado y
arrojado al mar para quedarse con el oro. Sobre su cadáver, Hécuba clama
venganza ante Agamenón y la obtiene sobre Poliméstor y sus hijos.
El
escenario se sitúa sobre la arena, frente al sonido del mar, lleno de ruinas de
la guerra, pero es también una cámara funeraria, una caverna decorada al estilo
de las antiguas tumbas mediterráneas. Durante toda la función yacen sobre el
suelo los cadáveres de Polidoro y Polixéna. Las troyanas que acompañan a Hécuba
se lamentan y mencionan a la muerte sin tregua. La atmósfera es opresiva, no
hay respiro, sobre las muertes que se recuerdan se suceden las muertes que
tienen lugar ante el espectador. Hécuba es dolor y venganza, su llanto seco.
Los griegos, Ulises, Agamenón, están prendidos por el destino y por la
convención, dicen temer la opinión de sus soldados, a ellos someten su acción
que hacen coincidir con el respeto a la ley. Se presentan como civilizados,
frente a los bárbaros asiáticos, entre los que están Hécuba y las troyanas.
Hécuba y Polixena son sumisión al destino y determinación, aceptan la
esclavitud, la venganza y la muerte por encima de la libertad que podrían pedir y obtener de los griegos. El tracio Poliméstor es codicia y engaño, el único de entre todos
los personajes que se permite la mentira y la simulación para conseguir sus
fines, al contrario de lo que Hécuba manifiesta:
" Bien estaría, Agamenón, que entre los hombres no fuese la lengua más allá de los actos, sino que las buenas acciones ocasionasen siempre las buenas palabras, y las malas acciones las malas palabras, y que el mal nunca pudiese hablar bien".
Cómo se
actualiza este clásico, pues. Lo que mueve a los personajes parece de otro
mundo, de un tiempo pasado, excepto la codicia que lleva a Poliméstor hasta el
asesinato, el personaje más odioso pero también el más cercano. El montaje
parece atribuir rebelión y afirmación feminista a Hécuba y sus compañeras, pero
es un leve movimiento que no acaba de concretarse. La versión de Juan Mayorga
depura el texto, simplifica los parlamentos, actualiza el papel del coro, hace
más complejos a los personajes, a Ulises y a Agamenón, los da más cuerpo, hace
que su diálogo con Hécuba sea más rico, más dialéctico. Los hijos de Poliméstor
se convierten en uno, lo que hace menos potente la venganza. Aún así.
Es un
montaje al que falta energía. Lo comparo, por ejemplo, con el Otelo que vi hace
poco en el mismo teatro. No tiene que ver con la versión de Juan Mayorga. Quizá
con la dirección, quizá con el recargado escenario, quizá con la dicción, quizá
con los actores, no todos con la misma fuerza. La solución está apuntada en el
calmo fuego de Concha Velasco, el mudo arrebatamiento, la fría cólera. Una obra
difícil de trasladar.
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