En el año
de gracia de Vladímir Vladímirovich Putin la revista Time sigue otorgando sus
galardones y ha concedido el título del año al cura Paco. Hombres en las
antípodas, es el gran estadista ruso el que exuda autenticidad por los cuatro costados.
Así que sólo por la decadencia de Time en particular y de las revistas
políticas en general se entiende que haya preferido al segundo sobre el
primero. El cura Paco podría haber servido de portada a Por Favor, aquella
revista de la transición que tan bien copiaba a la francesa Charlie Hebdo. Ese vídeo bendiciendo a los cartoneros de Buenos Aires podría haber sido una parodia
producida por cualquiera de esas revistas.
Sin embargo
nadie puede arrebatarle el título al gran Putin. Nadie hoy merece como él el título
de hombre de estado. Ha sacado al vaporoso Obama de la crisis siria y está
sacándolo de la de Irán, cuando el americano era incapaz de deshacer ese nudo y
ante sí sólo veía la posibilidad de la fuerza bruta. Le está ganando la partida
a la Unión Europea
en Ucrania como antes se la ganó en Georgia y Armenia y ha dejado con la boca
abierta a medio mundo con los indultos a los soldados de Greenpeace, a las
Pussy Riot o a su gran enemigo Jodorkovski. No sé si algún día se probará su
mano detrás de la serie de atentados con bomba que en otoño de 1999 causaron
más de trescientos civiles muertos en unos inmuebles de las afueras de Moscú
que sirvieron para atizar la guerra contra Chechenia y que contribuyeron a que
fuese elegido presidente después de Yeltsin, pero el pueblo ruso está detrás de
él y está dispuesto a reelegirlo cuantas veces haga falta porque le ha devuelto
el orgullo perdido tras la derrota del comunismo, como le ha perdonado que las
fuerzas especiales rusas gasearan a ciento cincuenta rehenes en el Teatro
Dubrovka y masacrara a trescientos cincuenta niños en la escuela de Beslán.
Putin llega al corazón de los rusos cuando les habla de esta manera:
«No tenemos derecho a decir a ciento cincuenta millones de personas que setenta años de su vida, de la vida de sus padres y de sus abuelos, que aquello en lo que creyeron, por lo que se sacrificaron, el aire mismo que respiraban, que todo eso era una mierda. El comunismo ha hecho cosas horribles, de acuerdo, pero no era lo mismo que el nazismo. Esta equivalencia que los intelectuales occidentales exponen hoy como obvia es una ignominia. El comunismo era algo grande, heroico, hermoso, algo que confiaba en el hombre y que daba confianza en él. Había inocencia en aquella fe, y en el mundo despiadado que vino después cada cual la asocia confusamente con su infancia y con las cosas que te hacen llorar cuando respiras bocanadas de la infancia.»
Es el gran
año de Putin, está en la cima, a pesar de que Rusia no es el imperio que fue y
no lo volverá a ser pero de momento tiene de su lado la resolución que no
tienen el premio Nóbel de la paz Obama y el novel Xi Jinping.
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