Putin
estaba en el momento y en el lugar adecuado cuando Yeltsin necesitó un
sucesor. Los grandes magnates le ofrecieron el puesto y lo auparon gracias a
sus medios de comunicación y quizá también a la manipulación electoral. Limónov,
escribe Emmanuel Carrère, es un hombre que se parece a Putin, que tiene ideas
semejantes, que podía haber estado en su lugar. Ambos asistieron a la caída
del comunismo, al gran despendole que supuso la apropiación privada por unas
pocas manos de las riquezas del Estado Ruso en la era Yelstin, al hundimiento
en la miseria de 150 millones de personas, a la brutal entrada del capitalismo
en una sociedad desarmada. Ambos, Limónov y Putin, procedían de familias de los
escalones más bajos del aparato del régimen anterior. Quedaron heridos por el
derrumbe y su propósito fue restablecer el honor de Rusia. Putin ha triunfado, Limónov
ha tenido que conformarse con una vida de aventurero. Ha recorrido el mundo, ha
conocido Nueva York y París, la guerra en Krajina y en Bosnia, el underground
moscovita en el breve periodo en que Moscú era la capital del mundo y la alta
estepa de Altái, la gloria literaria y el abandono de las varias mujeres a las que ha
amado con pasión, la creación de un partido político, el nacional bolchevique y
la alianza con Kaspárov, la cárcel en las condiciones más duras y la paz que le
proporcionan las técnicas de relajación del yoga y el misticismo budista. Al
final, le confiesa a Carrère, su vida ha sido una mierda, pero el fracaso es
condición de la humanidad, la suya y la de Putin que si ahora triunfa el tiempo
le hará seguir la estela de Yeltsin, la muerte, el olvido y también la
denigración.
Emmanuel
Carrére, a medio camino entre Francia y Rusia, de madre rusa y de padre
francés, escribe sobre lo que conoce. ¿Son novelas sus libros? ¿Biografías? ¿Ensayos?
Una mezcla de los tres.
Carrere se
enamora de su personaje, lo admira, lo
detesta, le sigue a Járkov donde se da a conocer en los medios literarios y
artísticos de la provincia soviética y convive con su primera mujer, Anna, una pintora
expresionista con problemas psicológicos; al underground moscovita, en el
momento en que Moscú era la capital del mundo, y allí le roba la mujer a un apparatchik,
Elena, con la que dará el salto a Nueva York donde no podrá cumplir ninguna de
sus expectativas. Elena le abandona, dormirá en la calle o en viviendas
infectas, será el mayordomo de un hombre muy rico, tendrá experiencias fuertes,
como dejarse encular por un negro en el Central Park, material para uno de sus
libros Soy yo, Édichka, y después a París, donde sí que le editan sus
libros, donde conocerá a otra de esas mujeres desequilibradas que tanto le
gustan, Natasha, ninfómana y alcoholizada, a tono con su propia personalidad
excesiva. Como los libros no le bastan, entre otras cosas porque todos ellos
son fruto de su experiencia, ha de buscar emociones nuevas, va a Belgrado para
ofrecerse a los serbios como soldado, donde conoce al mafioso guerrillero terrorista Arkan y se une a su banda, primero en la fugaz República de Krajina contra los croatas,
más tarde en Bosnia contra los musulmanes. Entre medias monta su partido
nacional bolchevique en Moscú, que aúna estética fascista y vindicación del pasado
glorioso estalinista, que atrae a los jóvenes de provincias que necesitan una
estética y una causa, a quienes envía en los trenes que salen de Moscú una
revista, Limonka, donde la mayor parte de los artículos son suyos.
Mientras tanto Natasha le ha dejado y el se consuela con sucesivas muchachas de
su partido, Elena, Nastia, cada vez más jóvenes: Se presenta en coalición con
Kaspárov a las presidenciales de 1990, en las que emerge la fuerza avasalladora
de Putin, se aísla con alguno de sus jóvenes nasbol en la alta meseta de
Altáir buscando un campo de entrenamiento para su partido. Lo detienen, pasa
por sucesivas prisiones, Lefórtovo, Sarátov, hasta la más dura, Engels, tras su condena a catorce
años por terrorista, una prisión de diseño pero sin nada que envidiar a los
campos del gulag. Allí tendrá una experiencia mística, un acceso a la
realidad pura, preparado por sus ejercicios yóguicos, por las enseñanzas
budistas, por su capacidad de aislamiento y concentración que convierte los
peores momentos en paraíso, hasta que por fin, debido a su fama, lo sueltan
antes de tiempo y vuelve a uno de esos apartamentos miserables donde siempre ha
vivido y, donde, en una de sus entrevistas con Carrère, le confiesa que su vida ha sido
una mierda, ¿quién lo diría?
Edvard Limónov
recela de los grandes nombres, los envidia, los desprecia, cree que usurpan el
lugar que él merece, Brodsky, el poeta, en Nueva York, Putin, en la presidencia. Es un escritor
compulsivo, su bibliografía es extensa, creo que no se ha publicado nada suyo
en español. Desgraciadamente no he leído nada de él.
Emmanuel
Carrère confiesa que no está dotado para la poesía, dice incluso que es incapaz
de apreciarla, por ello su escritura no se detiene en metáforas floridas, en
adjetivaciones vanas, su prosa fluye, atrapa, se lee de un tirón. Es uno de mis escritores favoritos.
1 comentario:
El verdadero Eduard Limonov es algo diferente de la que cuenta Carrère.
Mucha informacion inedita sobre Eduard Limonov en este site :
http://www.tout-sur-limonov.fr/222318806
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