jueves, 26 de diciembre de 2013

Limónov, de Emmanuel Carrère


            Putin estaba en el momento y en el lugar adecuado cuando Yeltsin necesitó un sucesor. Los grandes magnates le ofrecieron el puesto y lo auparon gracias a sus medios de comunicación y quizá también a la manipulación electoral. Limónov, escribe Emmanuel Carrère, es un hombre que se parece a Putin, que tiene ideas semejantes, que podía haber estado en su lugar. Ambos asistieron a la caída del comunismo, al gran despendole que supuso la apropiación privada por unas pocas manos de las riquezas del Estado Ruso en la era Yelstin, al hundimiento en la miseria de 150 millones de personas, a la brutal entrada del capitalismo en una sociedad desarmada. Ambos, Limónov y Putin, procedían de familias de los escalones más bajos del aparato del régimen anterior. Quedaron heridos por el derrumbe y su propósito fue restablecer el honor de Rusia. Putin ha triunfado, Limónov ha tenido que conformarse con una vida de aventurero. Ha recorrido el mundo, ha conocido Nueva York y París, la guerra en Krajina y en Bosnia, el underground moscovita en el breve periodo en que Moscú era la capital del mundo y la alta estepa de Altái, la gloria literaria y el abandono de las varias mujeres a las que ha amado con pasión, la creación de un partido político, el nacional bolchevique y la alianza con Kaspárov, la cárcel en las condiciones más duras y la paz que le proporcionan las técnicas de relajación del yoga y el misticismo budista. Al final, le confiesa a Carrère, su vida ha sido una mierda, pero el fracaso es condición de la humanidad, la suya y la de Putin que si ahora triunfa el tiempo le hará seguir la estela de Yeltsin, la muerte, el olvido y también la denigración.

            Emmanuel Carrére, a medio camino entre Francia y Rusia, de madre rusa y de padre francés, escribe sobre lo que conoce. ¿Son novelas sus libros? ¿Biografías? ¿Ensayos? Una mezcla de los tres.

            Carrere se enamora de su personaje, lo admira,  lo detesta, le sigue a Járkov donde se da a conocer en los medios literarios y artísticos de la provincia soviética y convive con su primera mujer, Anna, una pintora expresionista con problemas psicológicos; al underground moscovita, en el momento en que Moscú era la capital del mundo, y allí le roba la mujer a un apparatchik, Elena, con la que dará el salto a Nueva York donde no podrá cumplir ninguna de sus expectativas. Elena le abandona, dormirá en la calle o en viviendas infectas, será el mayordomo de un hombre muy rico, tendrá experiencias fuertes, como dejarse encular por un negro en el Central Park, material para uno de sus libros Soy yo, Édichka, y después a París, donde sí que le editan sus libros, donde conocerá a otra de esas mujeres desequilibradas que tanto le gustan, Natasha, ninfómana y alcoholizada, a tono con su propia personalidad excesiva. Como los libros no le bastan, entre otras cosas porque todos ellos son fruto de su experiencia, ha de buscar emociones nuevas, va a Belgrado para ofrecerse a los serbios como soldado, donde conoce al mafioso guerrillero terrorista Arkan y se une a su banda, primero en la fugaz República de Krajina contra los croatas, más tarde en Bosnia contra los musulmanes. Entre medias monta su partido nacional bolchevique en Moscú, que aúna estética fascista y vindicación del pasado glorioso estalinista, que atrae a los jóvenes de provincias que necesitan una estética y una causa, a quienes envía en los trenes que salen de Moscú una revista, Limonka, donde la mayor parte de los artículos son suyos. Mientras tanto Natasha le ha dejado y el se consuela con sucesivas muchachas de su partido, Elena, Nastia, cada vez más jóvenes: Se presenta en coalición con Kaspárov a las presidenciales de 1990, en las que emerge la fuerza avasalladora de Putin, se aísla con alguno de sus jóvenes nasbol en la alta meseta de Altáir buscando un campo de entrenamiento para su partido. Lo detienen, pasa por sucesivas prisiones, Lefórtovo, Sarátov, hasta la más dura, Engels, tras su condena a catorce años por terrorista, una prisión de diseño pero sin nada que envidiar a los campos del gulag. Allí tendrá una experiencia mística, un acceso a la realidad pura, preparado por sus ejercicios yóguicos, por las enseñanzas budistas, por su capacidad de aislamiento y concentración que convierte los peores momentos en paraíso, hasta que por fin, debido a su fama, lo sueltan antes de tiempo y vuelve a uno de esos apartamentos miserables donde siempre ha vivido y, donde, en una de sus entrevistas con Carrère, le confiesa que su vida ha sido una mierda, ¿quién lo diría?


            Edvard Limónov recela de los grandes nombres, los envidia, los desprecia, cree que usurpan el lugar que él merece, Brodsky, el poeta, en Nueva York, Putin, en la presidencia. Es un escritor compulsivo, su bibliografía es extensa, creo que no se ha publicado nada suyo en español. Desgraciadamente no he leído nada de él.


            Emmanuel Carrère confiesa que no está dotado para la poesía, dice incluso que es incapaz de apreciarla, por ello su escritura no se detiene en metáforas floridas, en adjetivaciones vanas, su prosa fluye, atrapa, se lee de un tirón. Es uno de mis escritores favoritos. 

1 comentario:

Dominique dijo...

El verdadero Eduard Limonov es algo diferente de la que cuenta Carrère.
Mucha informacion inedita sobre Eduard Limonov en este site :
http://www.tout-sur-limonov.fr/222318806