sábado, 28 de diciembre de 2013

Combatir las creencias nocivas

         

            Decía Ortega: “Las ideas se tienen; en las creencias se está”. La primera labor, pues, es deslindar las unas de las otras, porque muchas veces se hacen pasar creencias por ideas como si se pudieran confrontar, debatir con ellas. Pero con las creencias no se debate. Nadie pude convencer a un creyente de que está equivocado, de que su creencia es falsa, nociva o perversa. "Nunca se convence a nadie de nada", formuló Sánchez Ferlosio. Es el propio creyente, si le llega la ocasión, el que ha caerse del caballo. Si las ideas son creencias nocivas hay que combatirlas. Y si esas ideas juegan en el tablero político afectando a la vida de la gente y a la convivencia, hay que ampliar el número de los partidarios de la razón, iluminando las zonas oscuras, mostrando el contraste. Por tanto, la pelea, el debate principal se da en el propio campo, entre aquellos que ven con claridad y aquellos que se debaten en la bruma, pero que creen que pueden hacer de puente y estrechar la mano de quienes desean confundirlos o excluirlos de su paraíso. Si el debate es limpio es posible que incluso alguno de los creyentes tibios, con dudas o no del todo convencidos vean la luz y caigan del caballo.

            En el gran debate de estos días, hay ejemplos de las dos cosas: de la imposibilidad de debatir con creyentes, de la necesidad de poner luz en el propio campo
            “La secesión es uno de esos asuntos que no toleran el equilibrismo. Una frontera se levanta o no. La ciudadanía, a diferencia de la estupidez, no admite grados. A partir de determinado momento dejamos de compartir derechos y libertades con millones de conciudadanos. Por voluntad de una parte, ya no integramos la misma comunidad de decisión y de justicia. La voluntad y el oficio de los nacionalistas nos ha situado en ese terreno y, a estas alturas, entregarse al consolador conjuro de los buenos deseos comienza a ser algo peor que deshonestidad intelectual. La disposición a ignorar las malas noticias, a creer que lo que se quiere llegará a ser y que podemos jugar con situaciones dramáticas sin instalarnos en el drama, es un ejercicio de adolescencia política que no nos podemos permitir. La falta de limpieza mental, a fuerza de hurtar o edulcorar los problemas, los ahonda". 
            "Pero hay otro problema en la retórica de las “soluciones intermedias”. Y es que, incluso cuando son posibles, no hay razón para atribuirles superioridad alguna. Algunos defensores de la tercera vía no tienen más argumentos que la vacua cháchara con la que comenzaba este artículo, ese “ni unos ni otros”. Tampoco ahora hay que confundir el sesgo cognitivo en favor del “camino de en medio”, la fascinación de la equidistancia, del que tanto provecho obtienen encuestadores y defensores de la superstición del “centro político”, con las buenas razones”.

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