sábado, 7 de diciembre de 2013

La grande bellezza


La primera impresión es como cuando un niño ve algo nuevo por primera vez, los ojos y los oídos abiertos, entregado al espectáculo. Una gran fiesta de luz, música, movimiento y color, el 65 cumpleaños de un hombre con sus amigos, en Roma, en un apartamento con terraza situado en frente de Coliseo romano. Conocemos a Gep Gambardella, un magnífico Toni Servillo, un romano que vive de noche y duerme de día, que una vez escribió un libro, que se dedica al periodismo, que no ha escrito más porque su pasión por la noche no le ha dejado tiempo libre. Lo vemos, mientras dura la noche ir de casa en casa, de fiesta en fiesta, con un montón de amigos, con muchas mujeres, con quienes intercambia algunas palabras, un latigazo mordaz, una queja sobre el paso del tiempo, sobre lo que ya no puede ser, lo vemos un par de veces en la cama con mujeres a las que les dice que les ha querido mucho que el sexo no importa tanto.

La peli es como un regalo a los sentidos, no importa mucho la trama, ni las conversaciones, tan sólo ese deambular de Gep por la ciudad, por los palacios medio abandonados iluminados con velas, en los que se encuentran tesoros desconocidos, por las villas, como si se fuera despidiendo de la gente que conoce, políticos y prelados, actores y mafiosos, de su mundo insustancial cuando no irrisorio, entre el exceso y la superficialidad, añorando tiempos que no volverán, conversando con ellos y con amigos y amantes sobre el sentido, sobre el arte, sobre Roma, sobre literatura, sobre el amor.

Es inevitable pensar en Fellini, en La dolce vita, en Roma, en un Marcello Mastroiani mayor que se despide, igual de vitalista, aunque el protagonista es un sexagenario que practica un cierto pesimismo, pero alegre por haber vivido lo que ha vivido y haber conocido a tanta gente, aunque ninguno de ellos haya alcanzado lo que una vez soñó, aunque las relaciones con ellos y ellas no hayan sido del todo satisfactorias.

La película envuelve al espectador, le absorbe sacándole de su mundo durante ciento cincuenta minutos, la cámara le lleva por la belleza de la ciudad, de los hombres y mujeres, un poco ajados ya, por la belleza de la vida, que ya está boqueando, acompañado de una música bien escogida, protagonista como los propios actores y la propia ciudad. Una gran película de Paolo Sorrentino que he de volver a ver otra vez para mejor disfrutarla.

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