
La peli es como un regalo a los
sentidos, no importa mucho la trama, ni las conversaciones, tan sólo ese
deambular de Gep por la ciudad, por los palacios medio abandonados iluminados
con velas, en los que se encuentran tesoros desconocidos, por las villas, como
si se fuera despidiendo de la gente que conoce, políticos y prelados, actores y
mafiosos, de su mundo insustancial cuando no irrisorio, entre el exceso y la
superficialidad, añorando tiempos que no volverán, conversando con ellos y con
amigos y amantes sobre el sentido, sobre el arte, sobre Roma, sobre literatura,
sobre el amor.
Es inevitable pensar en Fellini,
en La dolce vita, en Roma, en un Marcello Mastroiani mayor
que se despide, igual de vitalista, aunque el protagonista es un sexagenario
que practica un cierto pesimismo, pero alegre por haber vivido lo que ha vivido
y haber conocido a tanta gente, aunque ninguno de ellos haya alcanzado lo que
una vez soñó, aunque las relaciones con ellos y ellas no hayan sido del todo
satisfactorias.
La película envuelve al
espectador, le absorbe sacándole de su mundo durante ciento cincuenta minutos,
la cámara le lleva por la belleza de la ciudad, de los hombres y mujeres, un
poco ajados ya, por la belleza de la vida, que ya está boqueando, acompañado de
una música bien escogida, protagonista como los propios actores y la propia
ciudad. Una gran película de Paolo Sorrentino que he de volver a ver otra vez para mejor disfrutarla.
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