miércoles, 4 de diciembre de 2013

Dublineses, de James Joyce


            Aunque  Joyce tenía pensado adjudicar tres cuentos a cada una de sus cuatro partes, las vicisitudes de la edición, entre 1904, cuando concibió sus primeros cuentos, y 1914, cuando pudo por fin editarse en un libro, hicieron que añadiese un cuento más a la segunda y tercera parte además del añadido final de Los muertos. Cuando por fin se publicó Dublineses esta fue su estructura: la primera parte, Infancia, constaba de Las hermanas», Un encuentro y Araby , la segunda, Adolescencia de Eveline, Después de la carrera, Dos galanes (que se añadió al plan primitivo posteriormente) y La casa de huéspedes, la tercera Vida adulta, Una pequeña nube (también un añadido al proyecto inicial), Contrapartidas, Arcilla y Un caso doloroso, y la cuarta Vida pública: Día de la patria en la oficina del partido, Una madre y La gracia. El último cuento como queda dicho era Los muertos. Todo ello muestra la voluntad de unidad por parte de Joyce para su primer libro. No sólo eso sino que acabaría manifestando que toda su obra eran partes de una unidad: no hay más que una novela en el corazón de un hombre. De hecho, muchos de los personajes que aparecen en Dublineses, así como los temas volverán a aparecer en Retrato del artista adolescente, Ulyses y Finnegans Wake.

            Se podría decir de Dublineses que es el cuaderno de un escritor en busca de temas. Los titubeos, contradicciones y paradojas con las que jugará después: sus personajes entran con facilidad en las tabernas, pero les cuesta salir; ironizan sobre la Iglesia, el Papa y los dogmas aunque no cesan de hablar de ellos y hasta cumplen con los rituales católicos; se burlan de los líderes nacionalistas pero conmemoran sus efemérides (el aniversario de Parnell, por ejemplo); constatan el provincianismo de Irlanda y añoran el cosmopolitismo de Londres y París, pero vuelven a Dublín o no acaban de salir de su país (Una nubecilla). Hay aspectos que se mencionan de pasada, como parte del decorado u oblicuamente: los escupitajos en el suelo, las borracheras o el sexo respectivamente. Sus cuentos están llenos de tabernas y de borrachos. El propio Joyce tuvo una temporada de inseguridad en que se refugió en la bebida, que no dejaría hasta el final. La música también ocupa un papel destacado en sus historias, normalmente asociada a personas cultas o con aspiraciones. Es famosa su relación con Nora, su esposa, entre celos desatados y cartas casi pornográficas (Los muertos). Joyce señaló que los relatos de Dublineses eran parte de un capítulo de la historia moral de su país. Ezra Pound, reseñándolos, diría que Joyce con estos relatos, hablando de personajes populares, de la pequeña burguesía dublinesa, “contribuye a la dignificación artística de la vida mediocre” de la clase media.

            Si en una primera lectura pudiera parecer que estos cuentos se deben a un realismo o naturalismo, y hasta costumbrismo, tardíos, en la línea de Flaubert o de Galdós, una lectura más atenta nos muestra que no hay nada de eso, sino al contrario una furiosa voluntad de estilo que quiere desterrar cualquier sentimentalismo, y por supuesto costumbrismo, y que su voluntad busca una obsesiva objetividad. Hay cartas a su hermano donde le pide desde Trieste detalles nimios para sus cuentos. Y al mismo tiempo, y contradictoriamente, en apariencia, una economía expresiva que le lleva a suprimir detalles, anécdotas e ir a lo esencial. Es decir, pretende combinar los detalles necesarios para objetivar lo que cuenta y al tiempo trascender lo local para hablar de lo universal. Por tanto estos cuentos no nos hablan de un escritor a rebufo de los realistas del XIX, sino al contrario que se adelanta a una escritura limpia que huye tanto de los desarrollos vanos y retóricos como de cualquier tentación moralizante.

              Muy a menudo sus personajes emiten opiniones contundentes sobre la religión, el patriotismo o el socialismo. Sobre este, por ejemplo se dice en Un triste caso:
            “Él le dijo que había asistido durante algún tiempo a las reuniones del Partido Socialista Irlandés, donde se había sentido como un tipo raro entre una veintena de sobrios obreros en una buhardilla iluminada de un modo ineficiente por un candil. Cuando el partido se dividió en tres facciones, cada una con su propio líder y su propia buhardilla, dejó de asistir a las reuniones. Las discusiones de los obreros, dijo, eran demasiado timoratas, y excesivo su interés por las cuestiones salariales. Pensaba que eran unos realistas de tomo y lomo y que estaban resentidos por una exactitud que era el producto de un ocio lejos de su alcance. Ninguna revolución social, le explicó, estremecería Dublín durante unos cuantos siglos”.
        Hay varias traducciones de Dublineses en castellano: la de L. Abelló, con el título de Gente de Dublín, de 1942, en la editorial Tartessos de Barcelona, la de Cabrera Infante, de 1972, en Lumen, y la de Eduardo Chamarro, en 1993, en Cátedra. Para mi gusto esta última es la mejor.

            Veamos las versiones de Cabrera Infante y de Eduardo Chamorro del pasaje más famoso de Los muertos:

            Versión de Chamorro: "Su alma se desvaneció lentamente al escuchar el dulce descenso de la nieve a través del universo, su dulce caída, como el descenso de la última postrimería, sobre todos los vivos y los muertos".


            Cabrera Infante: "Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos".

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