lunes, 9 de diciembre de 2013

Cataluña, Constitución, desigualdad


“Mi posición en ese sentido está clara. Como presidente del Gobierno yo tengo algunas obligaciones, desde luego cumplir y hacer cumplir la ley. Es decir, yo no puedo autorizar un referéndum en Cataluña. No quiero, pero es que además no puedo, yo no podría autorizar un referéndum por ejemplo como el que hay en Escocia por la sencilla razón de que la soberanía nacional le corresponde al pueblo español, según dice la Constitución. Y por tanto, si no hubiera una reforma de la Constitución, nunca podría un Gobierno, ni siquiera el Parlamento, autorizar un referéndum como el que se está planteando en Escocia. Es sorprendente que todavía haya quien no se haya dado cuenta de algo tan simple como eso. Yo lo único que quiero decir es que nunca me he negado a hablar. De hecho lo hice en numerosas ocasiones, pero es evidente que yo tengo que cumplir mis obligaciones como presidente del Gobierno y las cumpliré. Si quieren reformar la Constitución existen procedimientos para ello”. 
Y sobre la Constitución: 
“Para reformar la Constitución son necesarias tres cosas. Primero, y lo más importante, saber qué queremos hacer. Eso es muy importante porque no se debe empezar un camino sin saber a dónde se quiere llegar. Segundo, hay que ver con qué consenso se cuenta. Porque claro, la Constitución del 78 con todos sus problemas y dificultades tenía el consenso de los grandes partidos nacionales, de los partidos nacionalistas —con la excepción del PNV— y de Izquierda Unida, es decir, tenía un consenso enormemente mayoritario que luego se refrendó en las urnas. Yo, al igual que Miguel Roca en su periódico, no veo hoy claro que pueda haber un consenso similar; y tercero, hay que ver el momento adecuado. Cuando se abre algo como la Constitución hay que saber muy claro qué es lo que se persigue y cómo se consigue. Yo en este momento no lo veo una prioridad. Además no iba en nuestro programa electoral. Yo no me presenté a las elecciones con la reforma de la Constitución. Pero insisto, no es que sea un maniático de no reformarla porque dos veces se ha reformado y creo que para bien, es que no veo el tema en este momento”. 
Dicen que no habla, que se parapeta en el silencio de la Moncloa, pero yo le he oído decir esto muchas veces. Será que los que le achacan silencio esperan que se manifieste como a ellos les gustaría. Hoy habla abundantemente. Otra cosa es que nos guste lo que dice, sobre los dos aspectos enunciados estoy de acuerdo, no lo estoy sobre parte de su política. Por ejemplo, su inexistente lucha contra la desigualdad: 
“La desigualdad es un problema más allá de la pobreza. Si la brecha entre ricos y pobres se vuelve muy grande, aunque nadie pase hambre, las personas empiezan a vivir vidas cada vez más separadas, en distintos barrios, distintos medios de transporte, distintos médicos, dejan de convivir en los espacios públicos... No es bueno para la democracia. La democracia no requiere igualdad perfecta, pero si la gente vive en esferas cada vez más separadas, el sentido de ciudadanía y de bien común es más difícil de sostener. Así crece el riesgo de que no nos sintamos ciudadanos, por eso la igualdad importa, sobre todo ahora que el dinero puede comprar más y más bienes esenciales.
En la mayor parte de democracias no se está debatiendo sobre las grandes cuestiones como la justicia, la desigualdad o el papel de los mercados... Es porque tememos el desacuerdo y creemos que las soluciones de los mercados pueden proporcionarnos un modo neutral de solventar los conflictos y el resultado es la pérdida de confianza en las instituciones”. (Michael J. Sandel, profesor de Política y Justicia en Harvard).

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