
Polvo y ceniza. María de pequeña de estatura, nariz larga y barbilla prominente, es mujer que contenta a todos, todo el mundo la encuentra encantadora. Un día sale del trabajo, pensando en su tarde libre y en la visita que hará a Joe, a quién había criado junto a su hermano Alphy. Compra pasteles y una tarta de cereza, pero al llegar a casa de Joe se da cuenta de que se la ha olvidado en el tranvía. Joe está enemistado con Alphy, pero María no consigue que se reconcilien. Joe grita enfurecido, "que le fulmine Dios si vuelve a dirigirle la palabra a su hermano". María, sin embargo, acaba la velada cantando una canción al piano.
Un triste caso. Mr. Duffy era un hombre solitario, crítico con la ciudad y las costumbres de su país, con el desorden, con las creencias. Trabajaba en un banco, leía a Wordsworth y tocaba música al atardecer en el piano de su patrona. Un día casualmente charla con una mujer que está con su hija en una sala de conciertos, luego otro y luego un tercero. Más tarde conciertan una cita. El marido de la dama, Mrs Emily Sinico, es un capitán de barco con largas ausencias. Hablan, tienen gustos comunes. Dos seres nada convencionales. “Ella dejaba en muchas ocasiones que se hiciera la oscuridad a su alrededor, sin encender la lámpara. Les unía la discreta habitación a oscuras, su soledad, la música que aún vibraba en sus oídos”. La dama acaba poniendo su mano sobre la de él. Él la retira y dejan de verse un tiempo. Se vuelven a citar, ella está muy excitada, tanto que Mr Duffy interrumpe toda relación y ella le devuelve los libros prestados. “El amor entre hombre y hombre –piensa Mr. Duffy- es imposible porque no ha de haber comunión sexual, y la amistad entre hombre y mujer es imposible porque ha de haber comunión sexual”. Al cabo de dos años, mientras almuerza, lee un suelto de periódico, “Un caso triste”: Mrs Emily Sinico ha sido atropellada por un tranvía mientras cruzaba el andén. También anuncia que se daba a la bebida. Mr. Duffy se lo reprocha, reprocha su relación con aquella dama, la acusa en la oscuridad de su habitación. Sin embargo, en un taberna, tras un par de ponches, mientras ve cómo los obreros escupen en el suelo, comprueba su soledad: “Sintió la rectitud de su vida como una corrosión, se dio cuenta de que había sido proscrito de la alegría de vivir”.
Efemérides en el comité. 1902. En la oficina electoral del partido, junto al fuego, una serie de individuos que entran y salen, hablan de política, de los candidatos conservadores y nacionalistas a la alcaldía. No se fían de ellos, cuentan chismes y esperan que el candidato del que son empleados, Mr. Tierney, nacionalista, les de la paga. Hablan de la visita de Eduardo VII, al que le salieron canas esperando suceder a la reina Victoria. Mientras se arriman al fuego, encargan bebidas y beben. Ese día es el aniversario de Parnell, el primer patriota irlandés (6 de octubre de 1891, día de la patria, en recuerdo del funeral de Parnell), a quien uno de los agentes electorales compuso un poema que lee y hace que se emocionen y aplaudan.
Una madre. Primero conocemos a la señora Kearney: “Posando en el helado círculo de sus dotes, aguardó a que algún pretendiente se atreviera a ofrecerle una vida mejor”. Se casa, pues, con un fabricante de botas y tiene dos hijas. “Respetaba a su marido del mismo modo en que respetaba a la Oficina de Correos, como algo grande, seguro e imperturbable, y aún cuando conocía el escaso número de sus aptitudes, apreciaba su valor abstracto como hombre”. Pasa el tiempo, sus hijas crecen y una sociedad patriótica irlandesa organiza un concierto. Entre los cantantes está Kathleen , guapa joven defensora de la lengua irlandesa, la hija mayor de la señora Kearney. El secretario de la sociedad firma un contrato son la madre por cuatro conciertos y ocho guineas. El cuarto día, sábado, la señora Kearney asiste junto a su marido y exige al señor Holohan que pague antes de que su hija salga al escenario. Pero sólo le ofrece la mitad de lo acordado, la otra mitad queda aplazada. Kathleen sube al escenario e interpreta una selección de melodías irlandesas. En el descanso la madre, la señora Kearney monta un escándalo. Padre, madre e hija abandonan la sala y todo el mundo condena la conducta de la señora Kearney.
A mayor gracia de Dios. La cosa comienza cuando dos caballeros encuentran a un hombre caído de bruces a los pies de las escaleras en los lavabos, en medio de la porquería. Está borracho. Lo suben al bar, llaman a la policía y llega un amigo que lo reconoce y lo lleva a su casa. Se trata de un comerciante, el señor Kernan. Un grupo de amigos trama una conspiración con su mujer para sacarlo de su decadencia, llevarlo a un retiro espiritual con un cura jesuita, el padre Purdon. A continuación, hay una larga charla entre los amigos, mientras beben whisky, sobre asuntos religiosos, donde con fina ironía Joyce se burla de la infalibilidad del Papa, de las encíclicas, de la diferencia entre protestantes y católicos. Cuando llega el día del retiro, Kernan se ve rodeado de gente importante, de gente que ha hecho dinero con no muy buenos medios. El padre Purdon les dice que no deben preocuparse porque les hablará como a hombres de negocios, en su idioma. Su sermón se basa en un texto bíblico difícil de interpretar, según el cual hasta los amigos del Becerro de Oro de la iniquidad al morir han de ser recibidos en la morada eterna (San Lucas, 16, vv. 8-9).
Los muertos. Dos hermanas, de edad avanzada ya, Julia, Kate y su sobrins Mary Jane, invitan a su casa a una celebración anual a familiares, amigos y los alumnos de música de Mary Jane, el baile anual de las señoritas Morkan. En la fiesta bailan, cantan y se sientan a la mesa para un gran banquete. Gabriel, su sobrino, será el encargado de trinchar la oca y de hacer el discurso anual en honor a sus tías. El patriotismo, la religión y los viejos recuerdos serán los temas de conversación. Al acabar la noche, los amigos se despiden bajo la nieve que arrecia. Gabriel de camino al hotel junto a su esposa Gretta se siente crecientemente invadido por la lujuria. Pero Gretta aparece melancólica desde que antes de abandonar la casa de las tías oyera una hermosa canción: La doncella de Aughrim. Gabriel le pregunta qué tiene y ella le cuenta la historia de Michael Furey, un muchacho enfermizo con quien solía pasear, de hermosa voz cuando cantaba esa canción, y que se puso definitivamente enfermo el día que por carta ella le anunciaba que se marchaba a Dublín y él se empeñó en verla acudiendo a su casa una noche fría de fuerte lluvia para decirle que no quería vivir si ella se iba. Murió joven, a los 19 años, a la semana de que ella se fuera de Galway.
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