lunes, 2 de diciembre de 2013

Dublineses, de James Joyce, I


            Las hermanas. Un niño, el narrador, asiste a la muerte de un cura, el Padre Flynn. Primero oye, durante la cena, la conversación entre su tío y el viejo Cotter, donde éste se muestra disconforme con la familiaridad del adolescente con el cura moribundo. El cura le enseñó a pronunciar correctamente el latín, cuentos de las catacumbas y sobre Napoleón y también sobre el sentido de las ceremonias litúrgicas así como de las vestiduras que debe llevar el sacerdote. Después, con el cura en el ataúd, el joven escucha la conversación de su tía con una de las dos hermanas del muerto, Eliza, que recuerda cómo empezó la decadencia de su hermano, cuando un cáliz se rompió. Le extrañan unas cuantas cosas: que el viejo Cotter dijera que era malo para los niños relacionarse con gente así, porque sus mentes son impresionables; que le costara entrar en casa del difunto; que a pesar de todo no se sintiera apesadumbrado y que sintiera una especie de liberación.

            Un encuentro. Un grupo de muchachos leen a escondidas historias del Lejano Oeste, de la colección de Marvel, mientras el padre Butler, en el colegio, se empeña en que estudien la Historia Romana. Les aburre la rutina de cada día, de casa a las clases. Sueñan con aventuras. El narrador planea con sus amigos, Leo Dillon, el gordo, y Mahony, hacer una colecta de seis peniques y hacer un día novillos para ir hasta el lejano Palomar. El día señalado, Dillon no se presenta, pero aún así cruzan el río Liffey en el transbordador y caminan hacia el campo. Se hace tarde y piensan en coger el tren para volver, entonces se les acerca un hombre mayor que les habla de sus tiempos de escuela y de los libros que ama, Walter Scott y Lord Lytton. El narrador escucha entre sorprendido y desconcertado cuando el hombre cambia de tema y, en un largo monólogo, empieza a hablar de la azotaina que los chicos revoltosos deberían recibir, que él les azotaría por eso y por mucho más. “Dijo que no había nada e el mundo que le agradara más”. El narrador sintiendo que el monólogo le agita, se levanta, se despide y huye, llamando a gritos a su amigo que andaba persiguiendo un gato.

            Arabia. El narrador, adolescente, comienza a fijarse en la hermana de su amigo Mangan, mira desde su casa en sombras, a través de la ventana a oscuras, cómo se recorta en la luz o la sigue por a calle con sus libros. Se obsesiona con ella mientras intenta dormir y cuando estudia: “Pero mi cuerpo era un arpa y sus palabras y sus gestos eran como dedos que recorrieran mis cuerdas”. “Junté las palmas de mis manos y las apreté tanto que temblaban, y musité: ¡Oh, amor!, ¡Oh, amor!, muchas veces”. Tarda en hablar con ella. El día que lo hace ella le cuenta que le gustaría ir a la Arabia, un bazar, pero que ella no podrá porque hay retiro en el convento. El narrador le dice que el sí irá y que le traerá algo. Espera el día con ansiedad, pero su tío tarda en llegar para darle unas monedas y coger el tren. Cuando el tío llega es tarde y los estanquillos de la feria están casi todos cerrados. Apagaban las luces: “Levantando la vista hacia lo oscuro, me vi como una creatura manipulada y puesta en ridículo, por la vanidad; y mis ojos ardieron de angustia y de rabia”.

            Eveline, recostada en la ventana recuerda a los chicos, la calle de cuando era niña. Todo va pasando. Algunos han ido muriendo, su madre, su hermano Ernest. Mira por la ventana, pegada a la cortina, su nariz llena de olor a cretona polvorienta. Está ennoviada de Krank, un marinero de la misma calle que ha comprado pasajes para que los dos se vayan a Buenos Aires. Pero está la promesa que Eveline le hizo a su madre enferma, que cuidaría la casa y de su padre, con quien vive. Tiene mucho que reprochar a su padre, aunque también ha vivido momentos buenos. Cuando llega el momento de embarcar se agarra a la baranda, resistiendo la presión de Frank para subir al barco. “Sus ojos no tuvieron para él signo alguno de amor, o de adiós, o de reconocimiento”.

            Después de la carrera. Una carrera de coches, con ventaja para los franceses. En uno de ellos van cinco amigos, entre ellos Jimmy, hijo el príncipe del comercio de Dublin. Cenan una cena exquisita en el hotel de uno de ellos. Después, paseando por la calle, se encuentran con un americano que les invita a su yate, donde juegan a las cartas y donde Jimmy pierde. Jimmy estaba feliz aunque sabía que a la mañana siguiente lo iba a lamentar.

            Dos Galanes. Dos jóvenes, Lenehan y Corley, hablan de chicas, con distancia, con superioridad, con cierto desprecio, como si fuesen objetos. Corley se vanagloria de tenerlas en el bote, de dominarlas, hasta el extremo de que alguna ha caído en la prostitución por su culpa, y otra, con la ahora ha quedado, la novia del lechero, le da cigarrillos y le paga el tranvía. Discuten sobre si Corley conseguirá esta noche acostarse con ella. Los dos amigos, quedan en verse más tarde. Lenehan pasea por la ciudad a la espera. Cuando se reencuentran, le pregunta Corley pero este se queda callado, pero le enseña una moneda de oro que lleva en la mano.

            La casa de huéspedes. Primero hay una carnicería. La hija del carnicero se casa con un empleado y ponen negocio aparte, hasta que muere el padre y heredan el negocio. Pero el negocio se degrada porque el empleado ascendido es un borrachín que desatiende la carnicería. Mrs. Money, la hija del carnicero, termina por separarse de él. Después hay una casa de huéspedes, llevada por Mrs. Money. Por ella pasa mucha gente, en especial estudiantes. Mrs. Money tiene dos hijos, Jack y Polly. Polly se encarga de los estudiantes. Polly estableció una relación con Mr. Doran, uno de los huéspedes, que recordará: “No fue toda su culpa si pasó lo que pasó. Recordaba bien, con esa curiosa memoria paciente del célibe, las primeras caricias casuales que su vestido, su aliento, sus dedos le hicieron. Luego, una noche ya tarde cuando se desvestía para acostarse ella llamó a la puerta, toda tímida. Quería encender su vela con la de él, ya que la suya se la había apagado una ráfaga. Le tocaba el baño a ella esa noche. Llevaba un amplio peinador de franela estampada, abierto. Sus blancos tobillos relucían por la abertura de las zapatillas felpudas y su sangre vibraba tibia bajo la piel perfumada. Mientras encendía la vela, de sus manos y brazos se levantaba una tenue fragancia”. Mrs. Money dejaba hacer, observando con cautela. Hasta que ya estuvo todo tramado.  “Ella lidiaba con los problemas morales como lidia el cuchillo con la carne: y en este caso ya se había decidido”. Llegado el día mandó llamar a Mr. Doran para que actuase en consecuencia. Su familia iba a poner reparos, estaba la mala reputación que cundía sobre la casa de huéspedes, pero de Mr. Doran no se esperaba otra cosa que pedir a Polly en matrimonio.

            Una nubecilla. Chico Chandler y Gallaher son dos amigos que se van a volver a encontrar después de ocho años. Gallaher ya prometía antes de irse. Tuvo claro que para triunfar debía abandonar Dublín. Ahora era un rutilante periodista en Londres y conoce mundo. Chico Chandler tiene ilusiones con la poesía y de hacer algo grande. Han quedado en el Corless’s, un sitio elegante. Tienen una larga charla. Chico va avinagrándose a medida que se compara con Ignatius Gallaher, se siente ofendido porque no acepta –pone una excusa tonta- la invitación a su casa para que conozca a su mujer y a su hijo. Luego, ya en casa, con el niño en brazos, ve una foto de su mujer y piensa que en sus ojos no hay pasión, ¿por qué se casó con ella? Tiene que largarse. “No había nada que hacer en Dublín”. El niño se despierta y se pone a llorar, por más que lo acuna no calla. Chico Chandler le grita. Su mujer le arrebata al niño: “¿Qué le has hecho?”, lo mira con dureza. “Chico Chandler sostuvo su mirada por un momento y el corazón se le encogió al ver odio en sus ojos”.

No hay comentarios: