
Un
encuentro. Un grupo de muchachos leen a escondidas historias del Lejano
Oeste, de la colección de Marvel, mientras el padre Butler, en el colegio, se
empeña en que estudien la Historia Romana.
Les aburre la rutina de cada día, de casa a las clases. Sueñan con aventuras. El
narrador planea con sus amigos, Leo Dillon, el gordo, y Mahony, hacer una
colecta de seis peniques y hacer un día novillos para ir hasta el lejano
Palomar. El día señalado, Dillon no se presenta, pero aún así cruzan el río Liffey en el
transbordador y caminan hacia el campo. Se hace tarde y piensan en coger el tren
para volver, entonces se les acerca un hombre mayor que les habla de sus
tiempos de escuela y de los libros que ama, Walter Scott y Lord Lytton. El
narrador escucha entre sorprendido y desconcertado cuando el hombre cambia de
tema y, en un largo monólogo, empieza a hablar de la azotaina que los chicos
revoltosos deberían recibir, que él les azotaría por eso y por mucho más. “Dijo
que no había nada e el mundo que le agradara más”. El narrador sintiendo que el
monólogo le agita, se levanta, se despide y huye, llamando a gritos a su amigo que andaba persiguiendo
un gato.
Arabia.
El narrador, adolescente, comienza a fijarse en la hermana de su amigo Mangan,
mira desde su casa en sombras, a través de la ventana a oscuras, cómo se
recorta en la luz o la sigue por a calle con sus libros. Se obsesiona con ella mientras
intenta dormir y cuando estudia: “Pero mi cuerpo era un arpa y sus palabras y
sus gestos eran como dedos que recorrieran mis cuerdas”. “Junté las palmas de
mis manos y las apreté tanto que temblaban, y musité: ¡Oh, amor!, ¡Oh, amor!,
muchas veces”. Tarda en hablar con ella. El día que lo hace ella le cuenta que le
gustaría ir a la Arabia ,
un bazar, pero que ella no podrá porque hay retiro en el convento. El narrador le
dice que el sí irá y que le traerá algo. Espera el día con ansiedad, pero su
tío tarda en llegar para darle unas monedas y coger el tren. Cuando el tío llega es
tarde y los estanquillos de la feria están casi todos cerrados. Apagaban las
luces: “Levantando la vista hacia lo oscuro, me vi como una creatura manipulada
y puesta en ridículo, por la vanidad; y mis ojos ardieron de angustia y de
rabia”.
Eveline,
recostada en la ventana recuerda a los chicos, la calle de cuando era niña.
Todo va pasando. Algunos han ido muriendo, su madre, su hermano Ernest. Mira por
la ventana, pegada a la cortina, su nariz llena de olor a cretona polvorienta.
Está ennoviada de Krank, un marinero de la misma calle que ha comprado pasajes para que los dos se vayan a Buenos Aires. Pero está la promesa que Eveline le
hizo a su madre enferma, que cuidaría la casa y de su padre, con quien vive.
Tiene mucho que reprochar a su padre, aunque también ha vivido momentos buenos. Cuando
llega el momento de embarcar se agarra a la baranda, resistiendo la presión de Frank para
subir al barco. “Sus ojos no tuvieron para él signo alguno de amor, o de adiós,
o de reconocimiento”.
Después
de la carrera. Una carrera de coches, con ventaja para los franceses.
En uno de ellos van cinco amigos, entre ellos Jimmy, hijo el príncipe del
comercio de Dublin. Cenan una cena exquisita en el hotel de uno de ellos.
Después, paseando por la calle, se encuentran con un americano que les invita a su
yate, donde juegan a las cartas y donde Jimmy pierde. Jimmy estaba feliz aunque
sabía que a la mañana siguiente lo iba a lamentar.
Dos
Galanes. Dos jóvenes, Lenehan y Corley, hablan de chicas, con
distancia, con superioridad, con cierto desprecio, como si fuesen objetos. Corley se vanagloria de tenerlas en el bote, de dominarlas, hasta el extremo
de que alguna ha caído en la prostitución por su culpa, y otra, con la ahora ha
quedado, la novia del lechero, le da cigarrillos y le paga el tranvía. Discuten sobre si Corley conseguirá esta noche acostarse con ella. Los dos amigos, quedan en verse más
tarde. Lenehan pasea por la ciudad a la espera. Cuando se reencuentran, le
pregunta Corley pero este se queda callado, pero le enseña una moneda de oro que lleva en
la mano.
La
casa de huéspedes. Primero hay una carnicería. La hija del carnicero se
casa con un empleado y ponen negocio aparte, hasta que muere el padre y heredan
el negocio. Pero el negocio se degrada porque el empleado ascendido es un
borrachín que desatiende la carnicería. Mrs. Money, la hija del
carnicero, termina por separarse de él. Después hay una casa de huéspedes, llevada
por Mrs. Money. Por ella pasa mucha gente, en especial estudiantes. Mrs. Money
tiene dos hijos, Jack y Polly. Polly se encarga de los estudiantes. Polly
estableció una relación con Mr. Doran, uno de los huéspedes, que recordará: “No fue toda su culpa si
pasó lo que pasó. Recordaba bien, con esa curiosa memoria paciente del célibe,
las primeras caricias casuales que su vestido, su aliento, sus dedos le
hicieron. Luego, una noche ya tarde cuando se desvestía para acostarse ella
llamó a la puerta, toda tímida. Quería encender su vela con la de él, ya que la
suya se la había apagado una ráfaga. Le tocaba el baño a ella esa noche.
Llevaba un amplio peinador de franela estampada, abierto. Sus blancos tobillos
relucían por la abertura de las zapatillas felpudas y su sangre vibraba tibia
bajo la piel perfumada. Mientras encendía la vela, de sus manos y brazos se
levantaba una tenue fragancia”. Mrs. Money dejaba hacer, observando con
cautela. Hasta que ya estuvo todo tramado.
“Ella lidiaba con los problemas morales como lidia el cuchillo con la
carne: y en este caso ya se había decidido”. Llegado el día mandó llamar a Mr.
Doran para que actuase en consecuencia. Su familia iba a poner reparos, estaba
la mala reputación que cundía sobre la casa de huéspedes, pero de Mr. Doran no
se esperaba otra cosa que pedir a Polly en matrimonio.
Una
nubecilla. Chico Chandler y Gallaher son dos amigos que se van a volver
a encontrar después de ocho años. Gallaher ya prometía antes de irse. Tuvo
claro que para triunfar debía abandonar Dublín. Ahora era un rutilante periodista
en Londres y conoce mundo. Chico Chandler tiene ilusiones con la poesía y de
hacer algo grande. Han quedado en el Corless’s, un sitio elegante. Tienen una
larga charla. Chico va avinagrándose a medida que se compara con Ignatius Gallaher,
se siente ofendido porque no acepta –pone una excusa tonta- la invitación a su
casa para que conozca a su mujer y a su hijo. Luego, ya en casa, con el niño en
brazos, ve una foto de su mujer y piensa que en sus ojos no hay pasión, ¿por
qué se casó con ella? Tiene que largarse. “No había nada que hacer en Dublín”. El
niño se despierta y se pone a llorar, por más que lo acuna no calla. Chico
Chandler le grita. Su mujer le arrebata al niño: “¿Qué le has hecho?”, lo mira
con dureza. “Chico Chandler sostuvo su mirada por un momento y el corazón se le
encogió al ver odio en sus ojos”.
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