
Sin embargo la desproporción es tan grande. El enorme carguero y la lancha. La
ropa de calidad y las camisetas. Incluso un pirata va descalzo y en una escena
pisa los cristales de una botella rota y se hace heridas en el pie. La
incomodidad que siento ante esa diferencia entre los hombres del Occidente rico
y los de Somalia miserable es una incomodidad buscada, deliberadamente
producida por la película. Juegan con la mala conciencia. A pesar de su
brusquedad, de su violencia, nunca del todo extrema, los piratas son
presentados bajo el paraguas del sentimiento de culpa. No les falta razón,
pienso con mis recuerdos, con mis cientos de lecturas sobre el centro y la
periferia, sobre ricos y pobres, sobre África. El capitán tiene mi simpatía,
deseo que sea rescatado, pero hay un fondo inconsciente que exige lo contrario,
que los piratas se salgan con la suya. Un peldaño más en la construcción del
suspense. Inquietud, desasosiego, doble sentimiento a favor de Tom Hanks y de
los guerrilleros desastrados, pues eso es lo que parecen al fin más que piratas,
sobre todo cuando finalizando la película aparece la marina y los navy seals,
presentados de lejos, deshumanizados hombres biónicos, infalibles, robóticos,
mortales.
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