
Por lo
demás, el libro de Echenoz trata de los últimos diez años de la vida de Ravel,
el músico, desde 1927 hasta 1937. Con frases cortas y fluidas, como un tejedor trama
su alfombra, hace salir a Ravel de su casa en la fría mañana de diciembre, le
lleva en el Peugeot 201 gris a París y luego en el lujoso vagón a
La Havre y en el trasatlántico
France a Nueva York, moroso, tan exquisitas las comodidades del viaje a América como
la descripción del lujo de salones y comedores, de maderas y mármoles, tan
preciso con los objetos, las camisas, las corbatas y los pijamas, como vago con
los estados mentales del músico, la escritura resbala, lo lleva en
una gira
demencial de Nueva York a Chicago, de Los Ángeles a Seattle, un gran éxito su
música, le aplauden, le hace conocer a gente y decirle a Gerhswin que no le dará
clases de composición, y luego lo devuelve a Paris y a la casa de Montfort-L’Amaury,
sus dos lugares de residencia. Se detiene en la composición del Bolero, tan
vacío
de música y sin embargo de tantísimo éxito, en contra de lo que el propio
Ravel había esperado, éxito imparable, y sus dos conciertos para piano, el que compone para la
mano izquierda a petición de Paul Wittgenstein, el pianista que perdió el brazo
derecho en la guerra, hermano del filósofo, y el concierto en Sol Mayor, su
obra maestra, y, en fin, los viajes por España y Marruecos, su declive físico, su
enfermedad degenerativa que le llevará a morir tras una operación
desafortunada.
Hay
escritores para quienes la escritura es una especie de automatismo, dejan que la
lengua hable por su intermedio. Para ellos la historia que cuentan es
secundaria, cuenta el léxico que se derrama, las frases que se van componiendo,
el ritmo que las enlaza, la fluidez que sale de forma natural de sus dedos
sobre el teclado, el brillo, el deslumbramiento, la pequeña proeza. Cuando
tienen la fortuna de encontrar un tema la escritura vuela y el lector se deja
caer por el tobogán, pero puede suceder que, como en una carrera, tras el
impulso inicial fallen las fuerzas y el final sea un progresivo agotamiento. Es
la impresión que me ha causado Ravel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario