miércoles, 20 de noviembre de 2013

Ravel, de Jean Echenoz

  
            Por lo demás, el libro de Echenoz trata de los últimos diez años de la vida de Ravel, el músico, desde 1927 hasta 1937. Con frases cortas y fluidas, como un tejedor trama su alfombra, hace salir a Ravel de su casa en la fría mañana de diciembre, le lleva en el Peugeot 201 gris a París y luego en el lujoso vagón a La Havre y en el trasatlántico France a Nueva York, moroso, tan exquisitas las comodidades del viaje a América como la descripción del lujo de salones y comedores, de maderas y mármoles, tan preciso con los objetos, las camisas, las corbatas y los pijamas, como vago con los estados mentales del músico, la escritura resbala, lo lleva en una gira demencial de Nueva York a Chicago, de Los Ángeles a Seattle, un gran éxito su música, le aplauden, le hace conocer a gente y decirle a Gerhswin que no le dará clases de composición, y luego lo devuelve a Paris y a la casa de Montfort-L’Amaury, sus dos lugares de residencia. Se detiene en la composición del Bolero, tan vacío de música y sin embargo de tantísimo éxito, en contra de lo que el propio Ravel había esperado, éxito imparable, y sus dos conciertos para piano, el que compone para la mano izquierda a petición de Paul Wittgenstein, el pianista que perdió el brazo derecho en la guerra, hermano del filósofo, y el concierto en Sol Mayor, su obra maestra, y, en fin, los viajes por España y Marruecos, su declive físico, su enfermedad degenerativa que le llevará a morir tras una operación desafortunada. 

            Hay escritores para quienes la escritura es una especie de automatismo, dejan que la lengua hable por su intermedio. Para ellos la historia que cuentan es secundaria, cuenta el léxico que se derrama, las frases que se van componiendo, el ritmo que las enlaza, la fluidez que sale de forma natural de sus dedos sobre el teclado, el brillo, el deslumbramiento, la pequeña proeza. Cuando tienen la fortuna de encontrar un tema la escritura vuela y el lector se deja caer por el tobogán, pero puede suceder que, como en una carrera, tras el impulso inicial fallen las fuerzas y el final sea un progresivo agotamiento. Es la impresión que me ha causado Ravel.


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