Para desarmar una idea potente, aunque falsa o dañina, nada mejor que situar con precisión su terreno de juego, sus reglas ocultas, sus condiciones de expansión. Hacía falta una imagen, una explicación que fuese más allá de lo racional, que lo soslayase. ¿Cuál es la mejor explicación del fenómeno nacionalista, del fervor de las masas? Kundera lo describe de forma admirable en La insoportabe levedad del ser.
“El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lagrima dice: ¡Qué hermoso, los niños corren por el césped!
La segunda lágrima dice: ¡Qué hermoso es estar emocionado junto con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped!
Es la segunda lágrima la que convierte el kitsch en kitsch.
La hermandad de todos los hombres del mundo sólo podrá edificarse sobre el kitsch”.
“Pero allí donde un solo movimiento político tiene todo el poder, nos encontramos de pronto en el imperio del kitsch totalitario.
Cuando digo totalitario, eso significa que todo lo que perturba al kitsch queda excluido de la vida: cualquier manifestación de individualismo (porque toda diferenciación es un escupitajo a la cara de la sonriente fraternidad), cualquier duda (porque el que empieza dudando de pequeñeces termina dudando de la vida como tal), la ironía (porque en el reino del kitsch hay que tomárselo todo en serio) y hasta la madre que abandona a su familia o el hombre que prefiere a los hombres y no a las mujeres y pone así en peligro la consigna sagrada «amaos y multiplicaos».
Desde ese punto de vista podemos considerar al denominado gulag como una especie de fosa higiénica a la que el kitsch totalitario arroja los desperdicios”.
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