martes, 19 de noviembre de 2013

Casualidad


            En el preciso momento en que cruzaba yo el paso de cebra, a la salida de la reunión, he topado con una amiga que, charlando, me ha arrastrado a donde yo no pensaba ir, a la biblioteca. He ido directo a por 14, pero al no hallarlo me he metido con Ravel. Durante unas páginas no he sabido de qué iba, quién era ese hombre maleducado, apresurado y de mal dormir, que hace esperar a la puerta de su casa, en una mañana fría de finales de diciembre, a una tal Hélène, que tirita al volante de un pequeño Peugeot 201 gris, que ha de llevarlo a la estación de Saint-Lazare para coger el tren. Luego, avanzando por las páginas escritas por Jean Echenoz, he sabido que Ravel era Ravel. Aunque no es eso lo que quiero contar, sino que en Southampton, una vez embarcado en el lujoso transatlántico France, en Le Havre, y atravesado el canal, a Ravel le espera Jean-Aubry, que le entrega el manuscrito de La flecha de oro de Joseph Conrad, cuya traducción viene de acabar, para que se entretenga durante la travesía del océano. Y es el caso que sobre mi mesa tengo a la mitad El corazón de las tinieblas, ahora que estoy entregado a los clásicos de segundo orden. Y leo con Ravel la segunda frase y las siguientes de La flecha de oro, traducido al francés y del francés al español: Al parecer fue amiga de infancia del que lo había redactado. Se habían perdido de vista cuando todavía eran unos niños, o poco más. Habían transcurrido años, justo lo que les ocurre a los protagonista del relato que esta misma tarde, antes de la reunión,  acabo de leer, de Alice Munro, Ortigas, dos niños de ocho y nueve años, niña y niño, que se pierden de vista y se reencuentran de adultos, cuando ambos ya están casados o separados en casa de una amiga. Casualidades que encajan como las casualidades con que Milan Kundera dice hacer funcionar sus ficciones, así en La inmortalidad donde muchos párrafos comienzan: En el preciso momento, que acabo de comentar en este blog, como si en un juego de espejos, los autores, los libros y los personajes de ficción con los que me entretengo, por una serie enlazada de causalidades, estuviesen jugando conmigo, lector que no soy de ficción, o eso creo, me raptasen y me incorporasen a su mundo de posibilidad como Echenoz ha incorporado o raptado a Ravel por encima de su voluntad, que por otro lado ya no podría ejercitar. Como Bernini, ¿o fue Hades?, por otra parte, raptó a Proserpina y la fijó en mármol para confundirme y hacerme creer lo que no es. Hubiera preferido esta tarde, sin embargo, ir a tomar una cerveza tras la reunión pero todo el mundo, incluso mi amiga del paso de cebra, andaba urgido a su quehacer.

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