En el preciso momento en que cruzaba yo el paso de cebra, a la salida de la reunión, he topado con una amiga que, charlando, me ha arrastrado a donde yo no pensaba ir, a la biblioteca. He ido directo a por 14, pero al no hallarlo me he
metido con Ravel. Durante unas páginas no he sabido de qué iba,
quién era ese hombre maleducado, apresurado y de mal dormir, que hace esperar a
la puerta de su casa, en una mañana fría de finales de diciembre, a una tal
Hélène, que tirita al volante de un pequeño Peugeot 201 gris, que ha de llevarlo
a la estación de Saint-Lazare para coger el tren. Luego, avanzando por las
páginas escritas por Jean Echenoz, he sabido que Ravel era Ravel. Aunque
no es eso lo que quiero contar, sino que en Southampton, una vez embarcado en
el lujoso transatlántico France, en Le Havre, y atravesado el canal, a
Ravel le espera Jean-Aubry, que le entrega el manuscrito de La flecha de oro
de Joseph Conrad, cuya traducción viene de acabar, para que se entretenga
durante la travesía del océano. Y es el caso que sobre mi mesa tengo a la mitad
El corazón de las tinieblas, ahora que estoy entregado a los clásicos de
segundo orden. Y leo con Ravel la segunda frase y las siguientes de La
flecha de oro, traducido al francés y del francés al español: Al parecer
fue amiga de infancia del que lo había redactado. Se habían perdido de vista
cuando todavía eran unos niños, o poco más. Habían transcurrido años, justo
lo que les ocurre a los protagonista del relato que esta misma tarde, antes de
la reunión, acabo de leer, de Alice
Munro, Ortigas, dos niños de ocho y nueve años, niña y niño, que se
pierden de vista y se reencuentran de adultos, cuando ambos ya están casados o
separados en casa de una amiga. Casualidades que encajan como las casualidades con
que Milan Kundera dice hacer funcionar sus ficciones, así en La inmortalidad donde muchos párrafos comienzan: En el preciso momento,
que acabo de comentar en este blog, como si en un juego de espejos, los autores, los libros
y los personajes de ficción con los que me entretengo, por una serie enlazada
de causalidades, estuviesen jugando conmigo, lector que no soy de ficción, o
eso creo, me raptasen y me incorporasen a su mundo de posibilidad como Echenoz ha
incorporado o raptado a Ravel por encima de su voluntad, que por otro lado ya no podría
ejercitar. Como Bernini, ¿o fue Hades?, por otra parte, raptó a Proserpina y la fijó en mármol para confundirme y hacerme creer lo que no es. Hubiera preferido esta tarde, sin embargo, ir a tomar una cerveza tras
la reunión pero todo el mundo, incluso mi amiga del paso de cebra, andaba urgido a su quehacer.
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