
La
literatura es un arte y como tal difícil de trascribir. En Puente
flotante, un hombre recoge a su mujer a la salida de una consulta
médica, tras un nuevo análisis. La mujer tiene pelusilla en lugar de cabellera en
la cabeza, que se cubre con un sombrero de paja. El hombre está pendiente de
otras cosas, salvar la Tierra, acoger a adolescentes abandonados o descarriados, presentar una
cara amable y sonriente a los demás. Ella está cansada, agotada…, pero él se
empeña en acompañar a la chica que a partir de ahora se ocupará del hogar a la
casa donde vive para recoger unos zapatos. Es un día caluroso de agosto, todo
el mundo luce una capa de sudor en el rostro. Les reciben los padres adoptivos
de la chica. La mujer está al punto del agotamiento, se queda sola en la
furgoneta mientras los demás van a refrescarse a la caravana donde viven, hasta
que llega un adolescente y la saca de allí. Cuando la protagonista llega al fondo de todas sus caídas sucede algo inesperado.
En Los
muebles de la familia, la narradora recuerda su relación con Alfrida,
una prima de su madre con quien tuvo una relación distante y desconfiada. A lo
largo de distintos episodios la narradora la evita o habla con ella con
desgana. Lo que va conociendo: pronto huérfana de madre, alejada de un padre
que forma una segunda familia en la que Alfrida no cabe, solitaria en busca, en casa de la narradora, de
calor familiar, hace que el lector se ponga del lado de Alfrida porque no
entiende el desdén de la narradora, su displicencia, su indirecto desprecio. En la mayor
parte de los relatos de Munro, los hombres aparecen como formando parte del
decorado, imágenes distorsionadas en el vaho de los deseos y las acciones de las mujeres. Esta
frase pertenece a este relato: “Toda mi experiencia de mujer con los hombres,
de mujer que escucha a un hombre y espera y espera verlo afianzarse como motivo
de orgullo, tendría lugar en el futuro”.
Consuelo. Dos matrimonios. “Eran dos seres sin campo intermedio, nada que separase la cortesía formal de
la intimidad devoradora. Lo que durante tantos años había habido entre los dos
se había mantenido en equilibrio gracias a esos matrimonios. Los matrimonios
eran el contenido real de sus vidas”. El marido de Nina, Lewis, es un profesor
de ciencias que se toma como algo personal la defensa de la explicación
científica de la vida y como una intromisión intolerable los intentos de los
fundamentalistas por introducir el creacionismo en clase. Ed tiene una empresa
de pompas fúnebres. Kitty, su mujer, una firme creyente anglicana, cree, por
ejemplo, en los pequeños milagros que obran los santos en los asuntos de la vida
cotidiana. Un día, en una reunión de amigos, ambos, Lewis y Kitty se enzarzan
en una discusión tenaz. Nina y Ed se refugian, agobiados, en la cocina. Ed le
da un beso en el cuello. Nunca han ido más allá, pero Nina atesora ese momento.
Nina y Lewis están convencidos de que la enfermedad mortal (ELA) que ha golpeado a
Lewis tiene que ver con la tensión en el instituto por la defensa numantina de
sus convicciones por parte de Lewis. La mayor parte del relato es la historia
de esa lucha, pero en el caso de Alice Munro, no siempre lo más importante es
lo tratado por extenso. Tras la incineración, Ed y Nina tienen una última
charla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario