
La película narra el
internamiento de Camille en ese centro durante el año 1915, cuando ya había
comenzado la Primera Guerra
Mundial. En medio de seres alienados, como se decía en la época, Camille se
muestra abstraída, concentrada en su mundo interior, con una relación distante
con lo que la rodea. Los guionistas anuncian al comienzo de la película que lo
que van a contar está libremente basado en la correspondencia y en los informes
psiquiátricos de Camille Claudel. Durante buena parte de la peli, con voluntad
documental, con largos planos fijos, se nos muestra a la protagonista
silenciosa, huraña, abstraída, con algunos estallidos de llanto y expresiones
de sufrimiento, en medio de grandes espacios grises, rodeada de monjas cuidadoras
y enfermos. Han de pasar muchos minutos para que delante del director del
centro psiquiátrico Juliette Binoche interprete su primero de los dos monólogos
que ejecuta en la película. Camille protesta por su internamiento, de la
indiferencia de su madre y hermana que no la visitan y pide que sea devuelta a
la calle. Del director no se ve ningún aliento o comprensión, únicamente le
comunica que pronto vendrá a verla su hermano Paul. En el último tercio de la
peli, aparece Paul Claudel, lejos de los muros y celdas del sanatorio. Aparece
como un devoto, obsesivo creyente, se nos muestra recitando un poema donde hace
profesión de fe y, después, hablando con un monje cuyo monasterio visita: en un
largo monólogo le explica el momento de su conversión en la catedral de Notre
Dame. La visita de Paul a su hermana es fría y llena de reproches. Juliette
Binoche interpreta su extraordinario segundo monólogo, con una gran contención se
queja de que su madre no la visite, de que Rodin le robe sus ideas, de que está
encerrada en una cárcel. A la salida el director del asilo sugiere a Paul que
su hermana podría salir, pero no obtiene ninguna respuesta del escritor. En
total, pasó treinta años encerrada.
La peli es formalmente bella, la
interpretación de Juliette Binoche es magnífica, en el punto más alto de su
carrera, el ritmo es el adecuado para lo que se quiere contar, a pesar de las
críticas recibidas por ello. Lo que falla, desde mi punto de vista, es el
tratamiento que se da a Paul Claudel, el contraste maniqueo entre su obsesiva
fe y la frialdad con su hermana. Es difícil saber cómo sucedieron las cosas, si
el diagnóstico, para los conocimientos de la época, fue el adecuado, pero
seguro que el negro blanco que nos muestran los guionistas dista mucho de
aproximarse a cómo sucedieron las cosas, al menos con esa frialdad.
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