martes, 5 de noviembre de 2013

Los enamoramientos, de Javier Marías


            La primera vez apenas leí unos capítulos, quizá un tercio del libro entero, no tuve paciencia y eso que la lectura de Todas las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí y Negra espalda del tiempo lo habían convertido en mi escritor favorito, en español. Ya no pude con la primera parte de su trilogía: Tu rostro mañana. No tuve paciencia. Ya está, pensé entonces, y he vuelto a pensar ahora, cuando lo comenzaba de nuevo, el manierismo, el manierismo que acecha a todo escritor que ha hecho del estilo su marca, su señuelo, por el que espera que los lectores y los críticos lo reconozcan y valoren. Sin amargo, he vuelto. Me he obligado esta vez, ha sido tenaz mi paciencia, he ido anotando sus frases, el eco de Shakespeare en ellas (ver las frases que selecciono al final de este comentario), hasta que he llegado al meollo, lo que da sentido a esta novela, la larga conversación que la narradora, María, mantiene con Díaz-Varela, el protagonista de la novela. Ahí está el tema, por fin, sus implicaciones, lo que sucede en la mente de la narradora, lo que pretendió y pretende su interlocutor, de quién está enamorada sin esperanza de ser correspondida. A medida que conversan, María se va enterando o deduciendo y dudando de lo que Díaz-Varela le cuenta que planeó para tener una chance con Luisa, la mujer de Miguel Desvern, un empresario asesinado a cuchilladas. Es en esa parte donde el estilo Marías adquiere sentido, donde sirve para dar cuenta de la complejidad de la mente humana, donde se cruzan los sentimientos y la razón, el afán por saber, por penetrar en la verdad atravesando las brumas, y los obstáculos del sentimiento que quiere y no quiere saber o que deja pasar la oportunidad de llega al fondo o si se ha llegado de obrar en consecuencia. Entonces desaparece el manierismo y vuelve el creador.

            Por qué tarda tanto Marías en entrar en materia, ¿quizá porque no tenía claro qué buscaba cuando empezó a escribir la novela, que hasta las frases iniciales dando cuenta del apuñalamiento no tienen la fuerza de arranque de sus novelas logradas? Porque, como le pasa a la narradora cuando, en un bar y a lo lejos, conoce a la pareja del empresario y a su mujer, cuando envidia su felicidad, y luego se entera un poco por casualidad del asesinato a navajazos, ve que tiene un par de personajes y un hecho pero no sabe dónde le llevan, qué hacer con ellos, cómo interpretarlos. Así parece proceder Marías y por eso el manierismo, la muleta del estilo, un estilo tan pegadizo que hasta me parece estar imitándolo mientras escribo, y la torpeza de las primeras 130 páginas, hasta que entra en juego Díaz-Varela y de golpe se hace la luz en la mente de la narradora y en la pluma de Javier Marías y en los ojos del lector. Estoy aventurando, pero es el lector el que imagina y el que reconstruye de nuevo la historia y le da el sentido definitivo, uno distinto cada vez que alguien abre el libro, lo lee y luego lo cierra. Pero es el caso que en esa larga conversación de más de 200 páginas está el Marías que recuerdo, el de su plenitud, el que me ha maravillado cada vez que lo he leído, capaz de construir frases redondas, donde nada parece sobrar, aunque se tenga la impresión de repetición, pero lo que se repite es la cantinela, el ritmo que imprime al contar, que te va atrapando, haciéndote creer en su historia, en la verdad a la que parecen llegar sus personajes, en la duda que les embarga, en su insinceridad.

            En ese primer tercio del libro, cuando Marías no me convence y me defrauda, a pesar de cosas sueltas divertidas, como ese relato del escritor plasta que pide a la editorial un gramo de cocaína por necesidad de la novela que está escribiendo (más tarde aparecerá otra historia intercalada, la del Profesor Rico atracado en un cajero), tengo tiempo para pensar mientras discurren sus frases manieristas, para pensar en sus generalizaciones sobre el alma humana o sobre su psique, no me creo lo que me cuenta, no me valen sus clasificaciones o topografías o descripciones del ánimo como si todos respondiésemos de manera semejante en circunstancia parecidas, como si hubiese conductas comunes, el enamoramiento, el asesinato y no naturalezas particulares como, por ejemplo, las que describe Patricia Highsmith en sus novelas, pero cuando Marías encuentra tema y el tono y ritmo de su desarrollo y enfrenta a dos psicologías, la de la narradora benignamente enamorada y la del urdidor a su vez enamorado, aunque no benignamente, no tengo tiempo para pensar y para enfrentarme a su concepción de la humanidad porque ya no generaliza sobre ella sino que expone el mundo interior de sólo dos personas y lo cuenta de tal manera que ya sólo soy oídos y ojos atrapado por un estilo que, ahora sí, cumple plenamente son su función. Es cuando Marías me lleva, y yo me dejo, al dominio del arte, el habla y yo me callo. Aunque no por ello, ahora, deje de criticar sus asimetrías, las fallas en la arquitectura de su obra.

El estilo shakesperiano de Marías:

“Así te mueras hoy y tu mujer te haya olvidado mañana”.
“Cuéntennos atrocidades distintas pues las de ayer ya las hemos gastado”.
“Calla, calla, apaga esa voz, todavía no quiero oírte, aún me faltan las fuerzas, no estoy lista”.
“No hará falta una infección para mi muerte, me matan más rápido la punta y el filo que hurgan y se retuercen en el interior de mi cuerpo”
“Alguien está ahora vivo y después está muerto, y en medio nada”.
““Todavía está a tiempo de morir mañana, que será el ayer de pasado mañana, si para entonces yo sigo vivo”.
“Un día más, un día más, y otro día ya no”.


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