miércoles, 13 de noviembre de 2013

Kundera: El libro de los amores ridículos


              Prosa leve, ligera, la de Milan Kundera en El libro de los amores ridículos, tan leve que las historias que cuenta y los comentarios que hace vuelan en cuanto se pasa la página. Discurren en la Praga de los sesenta. Era joven, estaba aprendiendo a vivir y a ser escritor. Tantea. Los temas de sus novelas posteriores aún no aparecen con claridad, pero rebullen en estas historias.

              La primera es una historia en torno a un informe que el protagonista y narrador ha de hacer o se le pide que haga para un pobre hombre que viene a verle a su despacho de la universidad, un informe sobre un artículo que quiere publicar en una revista. Lo evita y se burla y da esquinazo, metiendo de por medio a su novia, lo que crea un embrollo con distintas instituciones, el departamento de universidad, la comunidad de vecinos, el barrio. Una comedia burlesca, un Kafka ligero, en la encorsetada sociedad comunista de los sesenta.

              En la segunda, dos amigos buscan cómo seducir al mayor número de chicas, pero se quedan en el intento, porque no van más allá de, con gran desparpajo, pedirles cita y luego olvidarse de ellas. Uno de los seductores, el más osado, está casado con una mujer a la que dice querer mucho, pero sin embargo, la deja en casa para hacer sus conquistas, aunque por la noche vuelve a ella.

              En la tercera historia una pareja de jóvenes cogen las vacaciones y se ponen a experimentar. Paran en una gasolinera, la chica sale a la carretera y simula que hace autoestop ante el coche de su novio y, entonces, él para y le sigue el juego. La chica adopta el papel de la mujer que de ningún modo es: ella es tímida, pero durante el juego se muestra como una mujer fácil y agradable a los hombres. El juego desconcierta al novio, que teme que en realidad ella sea como se muestra en el juego. La chica, al final, angustiada no sabe cómo deshacer el enredo.

            Un grupo de médicos y una enfermera, en la cuarta historia, están en una sala de guardia. Charlan, coquetean, beben, hablan de don Juan y del coleccionista de amantes. Se burlan unos de otros pero esperan la ocasión para acostarse entre ellos. La lectura se me hace cuesta arriba, palabrería insufrible que hace que al llegar a la mitad del libro decida que ya tengo suficiente.

           Han de pasar los libros y la vida para que Kundera se convierta en el grandísimo escritor que es.




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