miércoles, 27 de noviembre de 2013

Alice Munro, gimnasia para el cerebro

  

            En las historias de Alice Munro, en primer plano siempre aparecen las mujeres y en segundo los hombres, formando parte del decorado, sombras o postes de luz, amados u odiados, casi siempre en el periodo previo al abandono. Las mujeres vienen de una relación con un hombre y van hacia otro y aún estando con uno están pensando en otro. Los seres complejos, los que se mueven, crecen o se derrumban son las mujeres, los hombres, en cambio, son espantajos o espectros. Y sin embargo, yo lector varón, no me siento desplazado de esas historias, muchas de las cosas que piensan esas mujeres han sido pensamientos míos, me siento cómodo con sus miedos y con los deseos que esconden. No creo que Alice Munro piense en un papel especial para la mujer, simplemente es la mente que ha explorado, con la que se siente más cómoda, por ello la describe.

            En general sus relatos son algo más que cuentos, entre treinta y cincuenta páginas, sin llegar a la extensión de una novela, pero su intensidad es tal que funcionan como novelas. Cada vez que comienza una lectura hay que prestar atención, detenerse, situarse, no se pueden leer de corrido como ocurre con la mayoría de cuentistas. Los personajes están tan trabajados, y las situaciones, que cada párrafo o cada pequeño apartado suele valer por un capítulo. Cada uno de ellos es un mundo que hay que explorar. A veces se detiene en el paisaje, a veces en el interior de una casa, en los muebles, en su arquitectura, en el interior de los cajones, en la indumentaria, en los ingredientes de la comida. A veces con dos frases describe a un personaje, a veces, la mayoría, penetra en su mente y habla desde ella, casi siempre es un personaje, aunque de forma indirecta, el que cuenta la historia, un personaje que no tiene una única percepción de la historia. Ese personaje cambia con el tiempo. En Queenie, por ejemplo, la mayor parte de la historia nos la cuenta una joven adolescente, Chrissy, pero al final la misma Chrissy la remata cuando ya es una mujer mayor después de que lleve muchos años de casada y de que sus hijos hayan crecido. El tono es muy diferente en ambos casos. En otros casos, como en Odio, amistad, noviazgo, matrimonio, el primer relato de este libro, cada personaje cuenta su versión, cada uno con su punto de vista.

            Aunque en general son las mujeres las que llevan el relato, cuando se lo entrega a los hombres, como en Ver las orejas al lobo, es  para que el personaje central femenino aparezca con otra luz y porque, en este caso la protagonista no puede narrar lo que sucede porque está perdiendo la memoria. Los hombres son fáciles de definir, de clasificar, son personajes cerrados, no así las mujeres, tan llenas de dudas, con un mundo interior tan cambiante y maleable.

            Es cada uno de sus relatos suele haber un nudo que hay que romper, un problema explícito o algo que los propios personajes no saben cómo abordar o definir o simplemente desconocen su naturaleza. Es algo que tarda en aparecer y que cuando lo hace aparece de forma inopinada, pilla por sorpresa al lector o a la narradora o a ambos. Al lector no iniciado en Alice Munro ese asunto no salta a la vista de inmediato porque a los largos relatos no les falta enjundia, describen familias, ambientes, relaciones que son problemáticas de por sí, que se ven en la vida diaria, pero Alice Munro siempre va un paso por delante, a veces hace que el lector le acompañe, y entre los dos traman trampas en los que los personajes se enredan. El asunto principal de los relatos, el que tarda en aparecer o no acaba de presentarse con claridad, el que se oculta tras un meandro de la conciencia, es un asunto mayor que afecta a la esencia de la vida, a lo que de veras es importante. A menudo, entonces, hay que volver atrás, buscar indicios, releer para completar el sentido o deshacer lo que habíamos supuesto. A simple vista la lectura parece ligera, sin esfuerzo, pero es una impresión engañosa, Alice Munro es muy exigente.

            Una de los rasgos de estilo de Alice Munro son las parejas de sustantivos, participios, adjetivos con que señala un gesto, un hecho, un rasgo de carácter, una actitud como si cada cosa pudiese verse desde distintas perspectivas. Ejemplos: Un entusiasmo mórbido, jactancioso; Maridos jóvenes: patizambos y sumisos, decididos y censuradores; Le invadió una súbita, misteriosa sensación de poder y regocijo; Una de esas miradas de reconocimiento y ánimo”.

            Hace unos días, en una entrevista, leí cómo un escritor español se referiría con desdén a Alice Munro y su premio Nóbel, mencionando, por oposición, a grandes nombres. Quizá no la ha leído o simplemente no sabe qué es eso de la literatura. Pues eso, la alta literatura es gimnasia para el cerebro.



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