domingo, 13 de octubre de 2013

Otelo, de Eduardo Vasco, en el Calderón



            La mayor virtud de Eduardo Vasco en este montaje es que materializa las pasiones en el escenario. Los celos de Otelo, el odio de Yago aparecen desnudos delante del espectador. Y es tal su fuerza física que desde el principio estoy deseando que llegue el final de la función, tal es la incomodidad que siento, el sufrimiento, la náusea.

            No son sólo los buenos actores, Arturo Querejeta en Yago, Daniel Albadalejo en Otelo, es también la escenografía diseñada para que sea así, para que prevalezca la voz, a la que tanto ayuda la excelencia de la dicción, marca de la casa en los montajes de Eduardo Vasco.

            En el escenario casi vacío se mueven lo justo los actores vestidos con ropajes que uno imagina del renacimiento veneciano, con apenas algún movimiento de luces que brillan en la escena final y una mampara que es un díptico que hace de fondo de un cuadro ante el que se inmovilizan o se agitan los actores, el odio casi inmóvil de Yago,  Otelo inquieto, agitado, convulso por sus celos.

            Desde el principio se nos hace saber que la cosa va a terminar muy mal, que toda la función va a ser un continuo padecer y así me agito sin parar en mi incomodísima butaca.


            Shakespeare nunca defrauda, Eduardo Vasco tampoco.

1 comentario:

María dijo...

Vasco no defraudará, pero su elección de los actores deja bastante que desear, porque lo que es el Cassio de Fernando Sendino y la Desdémona de Cristina Adua dan grima. No hay por dónde pillarlos.