La mayor
virtud de Eduardo Vasco en este montaje es que materializa las pasiones en el
escenario. Los celos de Otelo, el odio de Yago aparecen desnudos delante del
espectador. Y es tal su fuerza física que desde el principio estoy deseando que
llegue el final de la función, tal es la incomodidad que siento, el sufrimiento,
la náusea.
No son sólo
los buenos actores, Arturo Querejeta en Yago, Daniel Albadalejo en Otelo, es
también la escenografía diseñada para que sea así, para que prevalezca la voz,
a la que tanto ayuda la excelencia de la dicción, marca de la casa en los
montajes de Eduardo Vasco.
En el
escenario casi vacío se mueven lo justo los actores vestidos con ropajes que
uno imagina del renacimiento veneciano, con apenas algún movimiento de luces
que brillan en la escena final y una mampara que es un díptico que hace de
fondo de un cuadro ante el que se inmovilizan o se agitan los actores, el odio
casi inmóvil de Yago, Otelo inquieto,
agitado, convulso por sus celos.
Desde el
principio se nos hace saber que la cosa va a terminar muy mal, que toda la
función va a ser un continuo padecer y así me agito sin parar en mi incomodísima
butaca.
Shakespeare
nunca defrauda, Eduardo Vasco tampoco.
1 comentario:
Vasco no defraudará, pero su elección de los actores deja bastante que desear, porque lo que es el Cassio de Fernando Sendino y la Desdémona de Cristina Adua dan grima. No hay por dónde pillarlos.
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